Valeria Villa

La terapia es un ejercicio de humanidad

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Todos los días leo a profesionales de la salud afirmando sin temor a equivocarse que su método es el más efectivo para curar cualquier enfermedad mental. Quienes lo hacen con mayor ligereza suelen ser los terapeutas cognitivo conductuales, los que hacen terapia breve y muchos psiquiatras que creen que la desaparición del síntoma es igual a la cura. El argumento es que su trabajo está basado en evidencias y afirman que otras formas de hacer terapia, como el psicoanálisis, la terapia existencial o la humanista, no.

Además de falsa, esta afirmación deja a un lado los valores que caracterizan a la terapia desde sus inicios en 1900 gracias a los primeros trabajos de Sigmund Freud y a todos los que continuaron teorizando y haciendo clínica: el autoconocimiento, la autenticidad, la empatía y la compasión, la adaptación a realidades que no se pueden cambiar, el crecimiento en agencia y responsabilidad personal, la aceptación de la dependencia normal y el respeto por los otros como sujetos y no como objetos. La terapia se distinguió siempre por retar los valores dominantes de la cultura. La postura que pretende que el sujeto que sufre se adapte a las normas, sea menos incómodo y en el menor tiempo posible, en lugar de hacer observación crítica, se pone al servicio de la cultura occidental orientada al consumo.

La honestidad ha sido nuestra bandera. Intentamos decir la verdad sobre la sexualidad, la agresión, la dependencia, el narcisismo. Freud pensó que ser honesto alivia el sufrimiento psicológico, asociando a la verdad con libertad. Los valores terapéuticos tradicionales promueven la aceptación de realidades dolorosas y disminuyen el dolor emocional. Estos valores son amenazados al medicar, administrar, reeducar, controlar y corregir el comportamiento irracional de la gente que sufre y que no es cómoda para el orden establecido. Es muy distinto entender, ayudar, hablar con la verdad, hacer conexiones significativas con los pacientes, promover el sentido de agencia, la capacidad para disfrutar, para tolerar el duelo y los límites de la realidad, independientemente de si la conducta es poco convencional e inconveniente de acuerdo a las normas dominantes.

Como las terapias de conversión, que pretenden curar la homosexualidad por ser una transgresión a los valores religiosos tradicionales. También diagnosticar rápidamente a un paciente sin entender su contexto, lo que le pasa y si realmente necesita ser medicado.

Hay más técnicos del comportamiento que especialistas interesados en las personas, dejando de lado la evidencia de que la calidad de la relación entre el terapeuta y el paciente tiene más impacto en el tratamiento que cualquier otra variable. La reducción de los síntomas no es el mejor indicador de cambio en psicoterapia. La eliminación de síntomas no es equivalente a la cura. Por ejemplo, los alcohólicos secos que dejan de consumir alcohol pero que de ningún modo están curados de sus neurosis, conductas evitativas, dificultades en sus relaciones sociales o en la expresión de sus emociones y en la posibilidad de ser vulnerables.

Es necesario no perder de vista los objetivos de una terapia: mejorar la regulación afectiva, alcanzar una autoestima realista, crecer en el sentido de agencia, la integración de representaciones complejas del sí mismo y de los otros, capacidad de empatía y el aumento de la capacidad para amar, trabajar y jugar. 

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