La vergüenza internalizada

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

En la más reciente revista de psicoanálisis Aperturas psicoanalíticas aparece un ensayo de gran utilidad para el trabajo terapéutico titulado “Vergüenza y autoalienación. Una perspectiva psicoanalítica desde el trauma”, de Daniel Shaw. Una de las cualidades del texto es la intención de articular conceptos psicoanalíticos con aportaciones de traumatología contemporánea. Hay referencias a autores como Bromberg, Morrison, Freud, Winnicott, pero también a Bessel van der Kolk, autor del libro El cuerpo lleva la cuenta. La pureza teórica jamás ha ayudado a nadie a vivir mejor. La posibilidad de pensar la ayuda terapéutica de modos más flexibles es alentadora.

Shaw explora el concepto de autoalienación como una expresión de vergüenza profundamente internalizada: “El individuo autoalienado se siente atrapado, aprisionado por la vergüenza. Los pacientes de psicoterapia con un trauma relacional significativo suelen revelar una batalla interna persistente contra la duda sobre sí mismos, la autocondenación y a menudo el autodesprecio”. El foco del trabajo terapéutico con pacientes que experimentan intensos sentimientos de vergüenza, que constantemente se autodevalúan, es el desarrollo de la autocompasión como un elemento crucial en la cura y el crecimiento terapéutico. La mayoría de los pacientes en terapia pueden no manifestar deseos de suicidarse, pero muchos luchan constantemente contra la apatía, la autodenigración y la desesperación. La vergüenza como emoción dominante deriva en pensamientos sobre no ser digno de amor o incluso mala persona.

Entre los pacientes están aquellos que aprendieron a vivir creativamente y que sienten que merece la pena vivir la vida y otros que dudan si vale la pena. En esto radica la relevancia del concepto de creatividad de Winnicott. La culpa freudiana no es igual a la vergüenza postfreudiana de la que han escrito Bromberg, Buechler, Morrison, etc. Ésta última tiene una intensa relación con la disociación de partes internas (del self) que están en conflicto, pero de modo inconsciente. Por ejemplo, un padre divorciado puede ser un estupendo padre, un buen proveedor, y al mismo tiempo sentirse miserable, malo, poco valioso, como si una parte de su self siguiera funcionando como el niño de ocho o nueve años que sufrió el trauma del abandono, la negligencia, la indiferencia o la violencia psicológica de un padre/madre narcisista traumatizante. Los narcisistas traumatizantes son, sin saberlo, muy necesitados y cargados de vergüenza, pero se autoengañan para creer en su propia omnipotencia, externalizando, proyectando y cultivando esas cualidades en las personas que pueden controlar. Este autor hace una distinción interesante: es frecuente que diagnostiquemos a un paciente como depresivo cuando en realidad la causa de su inhibición para desplegarse en la vida es la vergüenza y no los duelos no procesados o núcleos depresivos que muchas veces son familiares. “La mayoría de los pacientes que veo, aquellos con grados significativos de trauma relacional, terminan por revelar su batalla interna persistente contra la duda sobre sí mismos, la autocondenación y, a menudo, el autodesprecio”. Estos pacientes no tienen acceso a sentir compasión por lo que padecieron a lo largo de su historia. Suelen decir que así fueron las cosas, que ya lo superaron, que no fueron tan infelices ni sufrieron tanto. Incluso se juzgan duramente pensando que si no fueran tan débiles, serían felices, sin reconocer que parte de sus incapacidades afectivas internas y relacionales provienen de aquel sufrimiento.

La autoalienación va de la mano con la desregulación crónica. En este estado de desregulación más o menos constante, la autorreflexión conduce a la autocondenación y al colapso, más que a la curiosidad, la comprensión y la compasión por el self.

Es en estas respuestas automáticas hacia sí mismo en las que habría que trabajar. La compasión se malentiende como tenerse lástima, como ser frágil. “Los esfuerzos por ser libre, por vivir, crecer y sentirse conectado, entran repetidamente en conflicto con los miedos persistentes, la desconfianza y las creencias negativas sobre uno mismo y, a la inversa, también sobre los demás, y se ven ahogados por ellos”. “Dentro de todo niño abusado, descuidado y abandonado hay un estado del self pequeño pero omnipotente, que ha llegado a creer, en el sentido más profundo, que él/ella fue responsable en último lugar de todo lo malo que sucedió... soy/fui un niño malo... soy malo ahora... fue/es culpa mía. En mis años de trabajo con adultos que fueron abusados o descuidados siendo niños, encuentro que este estado del self que odia y culpa es casi universal”. (Davies, 2020).

El camino en terapia consiste en desarrollar la curiosidad no enjuiciadora. Una curiosidad autocompasiva que tendría que volverse al menos tan disponible como lo ha sido la autonegación del pasado.

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