La vida también es duelo

LA VIDA DE LAS EMOCIONES 

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“Todo poema, con el tiempo, se convierte en una elegía”

(Posesión del ayer, Jorge Luis Borges)

Que la vida es en parte la suma de nuestras pérdidas, es una afirmación triste y realista. Porque es un hecho incontrovertible que nos atraviesa la enfermedad, el desamor, los ideales que se marchitan, los anhelos que ya no podrán cumplirse, la vejez y en última instancia, la muerte. Por eso siempre es pertinente detenerse a pensar sobre cómo hacemos nuestros duelos. Es decir, si los registramos, intentamos huir de ellos, los atravesamos sin querer ahorrarnos dolor y permitimos que el trabajo que hacemos con la pérdida y el paso del tiempo hagan posible su conclusión.

Las pérdidas pueden ser concretas o abstractas. Concretas, cuando se muere nuestro perro. Abstractas, cuando se nos muere un ideal, como la idea tradicional de la familia completa de padre, madre e hijos, después del divorcio. El duelo concluye para cada uno, para cada quien. No deberíamos hacerle caso a las gráficas que miden los tiempos normales de un duelo o a los discursos que ven en el duelo un proceso lineal que se repite para todos de la misma manera. El duelo deja una cicatriz imposible de eliminar. La cicatriz será el recordatorio de lo sufrido, pero no será más una herida abierta. Por eso se habla de sanar el alma, que después del trabajo de duelo, no se de-sangra más. Freud escribió, como ya he comentado en este espacio otras veces, uno de los ensayos más luminosos y bellos sobre el tema: Duelo y melancolía (1917 ), un texto al que siempre podemos regresar y encontrar nuevas ideas para pensar. Lo normal en la vida es la pérdida, dice Freud. Toda vida supone atravesar duelos, enfrentarse con lo que se pierde, pero hace la distinción entre duelo normal y la disposición enfermiza llamada melancolía.

A veces hay pérdidas que deberían dolernos pero no nos duelen. Puede tratarse de algún familiar muy cercano, pero si no fue un vínculo significativo, no hay duelo. Los lazos de sangre no son sinónimo de lazos afectivos. Nos duele perder a aquellos para los que fuimos importantes, aquellos que nos miraban y a quienes les hacíamos falta cuando no estábamos. Los rituales religiosos y seculares son muy importantes para el trabajo de duelo. Por eso es mucho más traumático intentar hacer el duelo por un desaparecido o por alguien que murió en la pandemia. Porque no hubo la posibilidad del funeral, de despedirse del cuerpo, acompañado de familia y amigos. El duelo siempre duele y aunque a veces se sienta como insoportable, no hay atajos ni pastillas para anestesiarlo. Claro que existen los tranquilizantes, las drogas, pero evadir el dolor momentáneamente no significa que no vaya a regresar por nosotros, en el cuerpo, como síntomas, inhibiciones o angustias. Por eso no se puede huir del dolor del duelo.

Puede ser que el proceso de duelo se acerque a su “final” cuando es posible recuperar la alegría al recordar. La pérdida también hace posible la liberación del amor. Una se da cuenta de cuánto amó a alguien o algo cuando lo pierde. Recuperar las cosas bellas de lo perdido, poder recordar y alegrarse de haber vivido, amado, transitado partes de la vida con alguien o luchando por algo, es una señal de que el trabajo de duelo está en marcha.

Los duelos que están detenidos casi siempre están asociados a la culpa: “No le quise lo suficiente, me alejé, por mi culpa se fue, no hice todo lo que debería haber hecho”. Es por esta razón que se afirma que los duelos más difíciles y con más riesgo de volverse psicosis melancólica son los vínculos ambivalentes. Muchos pacientes saben que su padre o su madre o su hermana, con quien están alejados o enemistados, van a morir y piensan que se arrepentirán de no haber arreglado las cosas en vida. A veces estas ambivalencias de amor-odio no pueden resolverse en vida. Hay relaciones que no pueden repararse.

Freud afirma que el duelo concluye, que se supera. Superar, en alemán, es distinto que en español, ya que no describe algo que se termina sino una espiral, unas vueltas por un camino sinuoso, que dejarán siempre una cicatriz, como recordatorio de lo perdido.

Nunca puede eliminarse por completo la tristeza por la pérdida, no se pueden borrar las cicatrices. Lo que sí es posible hacer, después del trabajo de duelo, es volver a tener energía amorosa disponible para vivir la propia vida, para seguir amando a otras personas y para anhelar algo nuevo.

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