Las discusiones recientes sobre el significado moral y existencial de la conquista de México nos han dejado con una sensación de déjà vu. Las posiciones enfrentadas son más o menos las mismas que se plantean desde hace mucho y los argumentos esgrimidos por cada bando también son muy semejantes. Ni siquiera hay novedad en los llamados a superar las dicotomías para darle vuelta a la página.
¿Por qué damos vueltas alrededor de lo mismo? La respuesta es sencilla: todavía no hemos resuelto las interrogantes morales y existenciales sobre la Conquista. La solución no es ignorar el problema, hacer como si no existiera. Nunca tendremos salud espiritual si no lo resolvemos. La discusión terapéutica sobre nuestro pasado debe continuar. No importa si nos toma dos o tres siglos lograr un pequeño avance.
Aquí quisiera recordar una de las obras más controvertidas sobre este asunto. El autor es José Vasconcelos y el libro su Breve historia de México, publicado en 1937.
“Octavio Paz sugirió en 1950 que los mexicanos nos resistimos a reconocer a Cortés como nuestro padre. Según el poeta, la ausencia de una figura paterna es responsable de nuestro sentimiento de soledad”
Una tesis central del libro de Vasconcelos es que Hernán Cortés debe ser reconocido como el padre de México. Afirmar lo anterior en el siglo XX, en pleno régimen cardenista, era una provocación. Pero no siempre lo fue. Esta tesis sobre nuestra paternidad patria fue aceptada por la mayoría de los historiadores criollos, mestizos e incluso indios durante el virreinato. Fue la independencia la que vino a cambiar nuestra interpretación del pasado. La historia liberal de México, que acabó por predominar en el siglo XIX, ofreció una narrativa distinta. Nuestro abuelo es Cuauhtémoc y nuestro padre es Hidalgo.
En contra de esa poderosa corriente histórico-ideológica, que cobró aún más fuerza en el siglo XX, Vasconcelos declaró en su Breve historia de México que hasta que Cortés no sea restituido al sitio más alto de nuestra historia, la patria no encontrará el camino de su redención. La terca negación de la paternidad de Cortés no sólo nos ha impedido entender de manera correcta nuestra historia, sino que ha viciado la conciencia de nosotros mismos. Sin citar a Vasconcelos, Octavio Paz sugirió en 1950 que los mexicanos nos resistimos a reconocer a Cortés como nuestro padre. Según el poeta, la ausencia de una figura paterna es responsable de nuestro sentimiento de soledad. Vasconcelos le pudo haber respondido a Paz que sólo cuando los mexicanos acepten sin complejos la paternidad de Cortés, podrán salir de su laberinto.
De acuerdo con Vasconcelos, Cortés no sólo es un héroe de la historia universal —de la altura de Alejandro Magno o de Carlomagno— sino que, además, fue “el más humano de los conquistadores”. Fueron bienes y no desgracias los que trajo Cortés a nuestras tierras. Describirlo como un villano, afirma Vasconcelos, es una falsedad y una injusticia, para él y para nosotros mismos. Antes de Cortés, México no existía, lo que había era otra cosa: un territorio desordenado habitado por pueblos en constante lucha; algunos de ellos, los que salían de la órbita de Mesoamérica, salvajes. La extensión geográfica de las campañas de Cortés delimita las fronteras del México actual, de Baja California hasta Chiapas. Cortés no destruyó sino que construyó una nación. Vasconcelos afirma que la Nueva España que él fundó no fue una colonia, como las de los ingleses en África, sino un reino construido por los españoles con generosidad, y altura de miras. La Conquista, además, fue un bien para los indios: les dio la religión cristiana, les otorgó personalidad, los hizo propietarios, les donó una cultura, les mejoró su alimentación, sus medios de transporte y, en general, todas sus condiciones de vida.
“Mi opinión es que Vasconcelos se equivoca, pero no del todo. Dicho brevemente: es verdad que Cortés es el padre de la Nueva España, pero eso no implica que sea el padre de México”
Mi opinión es que Vasconcelos se equivoca, pero no del todo. Dicho brevemente: es verdad que Cortés es el padre de la Nueva España, pero eso no implica que sea el padre de México. Nos guste o no, Hidalgo es el padre desmandado del México independiente. Cortés entonces vendría siendo nuestro abuelo, el abuelo español, porque podemos reconocer a un abuelo indígena: Cuauhtémoc.
La discusión sobre nuestro árbol genealógico no es ociosa. Por algo volvemos a ella una y otra vez. ¿Podremos ponernos de acuerdo? No lo demos por descartado. Quizá en un futuro no muy lejano habrá una estatua de Hernán Cortés en una de las glorietas del Paseo de la Reforma.