¿Qué repercusiones tendrá la pandemia del Covid-19 para la democracia? Una manera de comenzar a responder esta pregunta desde la filosofía consiste en retomar el concepto de “estado de excepción” examinado por Giorgio Agamben.
La idea es la siguiente: para proteger a sus ciudadanos de la supuesta amenaza terrorista, en algunas de las llamadas “democracias occidentales” se han puesto en suspenso los derechos individuales. Esta estrategia se hizo evidente después de los atentados del 11/9/2001. A partir de entonces, los gobiernos de Estados Unidos y otros países europeos pasaron por encima de la ley para espiar, torturar e incluso asesinar a sospechosos de pertenecer a grupos terroristas. Ante estas medidas extraordinarias, se esperaba que los ciudadanos se hicieran de la vista gorda. El argumento —nunca formulado de manera oficial— es que hay ocasiones en que para proteger la democracia, un Estado democrático debe actuar como uno autoritario. O dicho de otra manera: hay veces en las que para proteger el orden jurídico hay que romperlo impunemente. Sin embargo, como señala Agamben, lo que se plantea como una circunstancia excepcional, se prolonga indefinidamente.
Las medidas en contra del terrorismo son un caso paradigmático de lo que Michel Foucault llamó “biopolítica”. De acuerdo con Foucault, el Estado moderno ejerce su poder mediante el control de los cuerpos de los seres humanos que están bajo su dominio. Las nuevas tecnologías han elevado el nivel de control de la biopolítica a niveles antes inimaginables. Desde esta perspectiva, la idea de la democracia como el gobierno del pueblo se desdibuja. Si el Estado nacional y las corporaciones transnacionales nos vigilan y controlan de múltiples maneras, ¿qué sentido tiene decir que somos nosotros quienes nos gobernamos a nosotros mismos?
Consideremos ahora qué podríamos decir sobre la nueva pandemia con la ayuda de estas herramientas conceptuales.
En lo que podríamos llamar el “estado de cuarentena” lo que se privilegiaría, por encima de la democracia, es la preservación de la salud frente a la amenaza invisible y recurrente del virus.
El experimento social que se realizó en China para contener el brote epidémico es un ejemplo impresionante de lo que quizá veremos con más frecuencia en un futuro próximo. Todos los recursos del Estado chino se utilizaron al máximo y, con ello, en opinión de algunos, quedaron legitimados por su brutal efectividad. La oferta implícita es simple: si usted quiere vivir en un mundo impoluto, sin el peligro del contagio, no se preocupe demasiado por la democracia y permita que el Estado y las corporaciones controlen aún más su vida individual.
El fenómeno de la pandemia abarca toda la experiencia humana. No dejemos que su manejo quede en las manos de una élite política, científica o militar. Se puede estar o no de acuerdo con Foucault o con Agamben, pero la filosofía, entendida como ejercicio crítico, no puede permanecer callada.