El Presidente y su equipo

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Foto: larazondemexico

Los problemas son inevitables, lo que hace que las cosas sean diferentes es cómo se enfrentan y cómo se resuelven. Pero quizá el elemento detonador está en reconocer su existencia.

Ésta es una de las regulares disyuntivas que enfrenta el Gobierno. En el fondo puede estar la falta de autocrítica, la cual mucho tiene que ver con la concentración del poder en una sola persona.

Existen evidencias de cómo el equipo del Presidente ha optado por seguir el camino que le imponen, sin atreverse a lanzar sus propias ideas, e incluso a enfrentar en el plan estratégico al mandatario.

Pudiera ser que López Obrador parta de que si no se hacen las cosas bajo su mirada, quizá la única, entraría en terrenos que le quitarían tiempo para lo que se ha propuesto, debido a los innumerables debates que se podrían suscitar. No es casual que insista en que quiere hacer dos sexenios en uno para fortalecer y consolidar su proyecto.

Si esta hipótesis fuera correcta, o estuviera al menos cerca de serlo, la cuestión a atender es que no hay verdades absolutas y que si algo fortalece la gobernabilidad, y la vida misma, es la diversidad de opiniones.

El equipo del Presidente va a enfrentar, tarde que temprano, esta disyuntiva, no hacerlo puede dejar, paradójicamente, solo a su jefe. Los riesgos están en que el proyecto de gobierno enfrente problemas que eventualmente no se están viendo en Palacio Nacional; hay ya evidencias de ello.

López Obrador está haciendo su parte, la pregunta es si su equipo está haciendo lo suyo o está actuando sólo para servir y responder a lo que se le exige y pide.

El tema del avión presidencial pudiera estar en este terreno. Llama la atención que nadie haya hecho ver al Presidente lo que se veía venir, el avión no se iba a vender y que las cosas podían acabar en que se pagara una evitable renta por tener parada la nave.

Con todos los especialistas que nos han aparecido con las controversias por los aeropuertos, es de suponerse que alguien en el Gobierno podía prever el desenlace. De ser producto de un gasto oneroso ligado a la corrupción, se convirtió en “la aeronave más emblemática del continente”. Es entendible la búsqueda de una salida después de lo sucedido, pero lo que llama la atención es que no se haya previsto lo que podía pasar y que ahora el Gobierno actúe como si nada hubiera pasado cuando sí pasó.

Está muy claro que al Gobierno se le ve con lupa. Más allá de las pasiones que provoca el ejercicio del poder, el cual conlleva miradas minuciosas, detalladas y hasta excesivas de la sociedad, hay que identificar que es una condición que imponen los ciudadanos a quienes gobiernan; cabe aquello de que “quien no quiera ver fantasmas, que no salga en la noche”.

No vemos cómo puede cambiar la dinámica en la que estamos. Más bien se va a intensificar porque las diferencias, las pasiones y la falta entendimientos difícilmente entrarán en terrenos virtuosos.

El gran reto es cómo destrabar algunos escenarios. No hay indicios de que el Gobierno vaya a cambiar sus estrategias, como tampoco hay indicios de que el equipo del Presidente pudiera jugar un papel más activo y propositivo.

Al enigma se le suma la posibilidad real de que en las elecciones de 2021, el poder se concentre, aún más, en el Presidente, independientemente de las divisiones y confrontaciones que está teniendo Morena. Da la impresión, en este asunto, que en el momento en que López Obrador pegue en la mesa, todos bajarán la cabeza.

Hay tiempo para enfrentar las cosas con variantes de lo que se ha hecho hasta ahora. Los problemas son intrínsecos a la gobernabilidad, pero insistimos la gran clave es reconocerlos y buscar colectivamente qué hacer con ellos.

RESQUICIOS.

Lapidario y contundente, el reportaje de J. Gerardo Mejía de ayer en La Razón. Un año de Tlahuelilpan: “Aquí en el pueblo nada cambió, siguen llegando los huachicoleros”. Como decíamos párrafos arriba, el primer paso para resolver los problemas es reconocerlos.

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