1: Abrir el libro con cuidado. De lo contrario, se corre el riesgo de derramar y perder todo lo que ahí sucede, que es mucho.
No dejarse engañar por la apariencia de quietud: en la poesía de Coral Bracho, la acción es constante y no hay descanso. Es el acontecer, el crecimiento, el despliegue silencioso, que no mudo, de la vida misma. Su poesía es un organismo (arbitrariamente hecho de libros) que se despliega con delicadeza ante los ojos de quien lee; un movimiento perpetuo y equilibrado con cuidado artesanal. ¿No pasa nada? Al contrario, todo pasa, está pasando, es y se fuga ante el primer parpadeo. Tener cuidado.
2: Aguzar el oído, porque se habla bajito. En medio del ruido, la poesía de Coral Bracho articula una voz fina que no pretende hacerse escuchar, sino seguir diciendo, fiel a sí misma, elegante, concentrada en la persecución de lo que es. Como si revelara un secreto crucial, la poeta baja el tono. Lo hace, también, porque la magnitud de lo que dice no toleraría el énfasis. Se trata de sostener, y de forjar al mismo tiempo, la redecilla del cosmos. La voz que lo hace es una aguja.
3: Jamás descuidar lo que no se dice. En los silencios, en los espacios en blanco, en lo apenas sugerido, palpitan las revelaciones. Es como el cero, cuya carga es poderosa, aunque no suma. Leerlo todo, porque hay un efecto de contigüidad entre lo que está y lo que no está. Esta poesía sigue hablando cuando calla y su discurso está hecho de contagios y prefiguraciones. Lo que se deja fuera es tan importante como lo que entra y la frontera que los separa, ese contorno, es crucial.
4: Correspondencias: reconocerlas. Partes del todo: saber que el “ciervo funda la maleza” y que el “sol genera y trama la oscuridad”.
5: La sintaxis es única y rara, los versos se cortan y abisman con vértigo: es el leguaje encabalgándose, danzando. Abundan los adjetivos dobles que posponen y ponen en suspenso al sustantivo. Un ejemplo, entre muchos de encabalgamiento con doble adjetivación suspendida: “el implacable, el justiciero / reproche”. Acrobacias de la retórica, acción pura.
6: El vocabulario ya es sólo de ella. Hay que gozarlo y dejarse contagiar por sus esmaltes y fulgores tangenciales, por sus sesgos y pistilos, por sus marismas y el néctar de las luciérnagas, por hebras y follajes inexpugnables, gérmenes, incandescencias, muelleos, paisajes ígneos, etcétera.
7: Coral Bracho se resta, no dice yo, pero está en todos lados. La vemos en la elección de los títulos: extrae ésta, aquella frase del cuerpo del poema y entonces entendemos la imantación toda del texto y su dirección. Y no dice yo porque todo es yo: esa mirada, esa sensibilidad, esa epidermis, ese amor, esa pasión es yo, ella: demiurgo sosteniendo en vilo el milagro del poema, pero restado, nunca protagónico, a la sombra de su propio fulgor.
8: Leer con gratitud: esta poesía es la evidencia de la vida que se propaga y persevera, de la energía nutricia de las cosas y los seres. Se mueve, y nos mueve. Lo pasajero permanece, y lo permanente pasa. Para decirlo en sus palabras:
La actitud de los árboles, su gesto, es momentáneo.
9: Aprender a callar y escuchar. Cerrar los ojos para ver. Darnos, como lectores, para recibir.