Cuando los creíamos superados, vuelven por sus fueros los viejos choques de la leyenda rosa y la leyenda negra de la conquista española. Las cartas del presidente López Obrador al rey de España, Felipe VI, y al papa Francisco, han golpeado el avispero. La manera en que muchos se expresan en los medios y las redes ilustra la incapacidad de la historiografía académica y de la divulgación y la enseñanza de la historia para remover estereotipos.
Por lo visto han sido insuficientes los cientos de coloquios y los miles de libros escritos desde el Quinto Centenario de la llegada de Cristóbal Colón en 1992. Todo lo que hemos aprendido con Pablo Escalante y Bernardo García, con Grant D. Jones y Ross Hassig, cuenta poco a la hora de instrumentar la historia desde el Estado. En esa instrumentación se parte del error más común, que es el de confundir historia con memoria.
Dado que la historia es memoria, se puede pedir al rey de España que pida perdón a México, ya que el país, según su presidente, se siente agraviado por la conquista. México, una nación independiente desde hace doscientos años, en la que la mayor responsabilidad por el malestar de sus comunidades originarias o de su población más desfavorecida, corresponde al propio Estado mexicano. Al menos, el presidente tuvo el tino de agregar que también ese Estado pediría disculpas a yaquis, mayas y chinos.
La idea de una gran conmemoración, en 2021, de la caída de Tenochtitlan, de la fundación de la Ciudad de México y de los dos siglos de la consumación de la independencia, es buena. Y si esa conmemoración se de acompañada de un perdón del rey de España y del Papa por las atrocidades de la conquista, dirigido a los pueblos originarios, no al Estado mexicano, mucho mejor. Pero lo primero que debió hacer el presidente, para lograr ese objetivo, fue no revelar el contenido de las cartas enviadas a Felipe VI y a Francisco.
La reacción del gobierno español también ha sido desproporcionada. El mensaje de la Moncloa también mezcla memoria e historia, ya que el reclamo de López Obrador tiene que ver con agravios a comunidades indígenas y no tanto con la historia de la monarquía española. Una política de la memoria se basa, justamente, en la aplicación al pasado de “consideraciones contemporáneas”. La mayoría de las disculpas de Estado por crímenes del pasado parten de la filosofía de los derechos humanos, difundida globalmente en las últimas décadas.
El presidente ha creado una fricción diplomática innecesaria, en un momento de elecciones en España. El realismo de la propia tradición diplomática mexicana, que se remonta a Benito Juárez, quien al morir en 1872 dejó encaminado el restablecimiento de relaciones con España, rotas por el apoyo de Madrid al imperio de Maximiliano, recomienda no trasladar a la política exterior los traumas del pasado. Para eso están las políticas de la memoria, que pueden emprenderse con éxito a través de instituciones culturales y educativas.