A Mariana –le llamaremos así por motivos de seguridad– le marcaron un miércoles en la tarde. Le dieron su nombre, el de su mamá, su papá, sus hermanos y también le dijeron que conocían a su hijo adolescente.
Ella se paralizó y no sabía cómo reaccionar, así que no contestó más. Del otro lado de la bocina una voz agresiva le reclamaba el silencio.
“¿Crees que con quedarte callada vas a solucionar el problema? Bueno, pues ahorita que esté afuera de tu casa lo verás... sé donde trabajas ¿O sea no piensas contestar?, ¿estás segura? Ok, ahí nos vemos en tu trabajo, ahí en Coapa ¿va que va?”, le dijeron antes de colgar.
Ella grabó parte de la llamada antes de que ésta finalizara. Lo siguiente fueron varios mensajes de WhatsApp de un número desconocido. Le advirtieron que pertenecían al Cártel de Tláhuac, que le marcaban porque otro grupo delictivo la estaba siguiendo y ellos, los de Tláhuac, querían protegerla.
Lo que siguió fue terrorífico. Le enviaron fotos de ella, de su hijo, de sus padres y sus hermanos. Mariana se quedó paralizada y en silencio. No dijo nada más. De pronto y sin quedar en nada, del otro lado de la línea dejaron de insistir.
Mariana se quedó callada y así evitó que la extorsión tuviera un final feliz para los delincuentes. Su vecina Raquel no corrió con la misma suerte, ya que sólo unos días después, recibió la misma llamada del supuesto cártel.
Le advirtieron que no colgara, que si lo hacía recibiría una visita en su negocio ese mismo día, un viernes, a las 7 de la noche. Ella entró en pánico y acudió a una tienda a depositar siete mil pesos. Sin soltar el teléfono confirmó la transferencia y luego le pidieron que rompiera el recibo. Nunca llegó esa visita.
Rogelio es otro caso, a él le robaron 10 mil pesos. Primero, un delincuente marcó a su casa, respondió su hijo adolescente, a él le pidieron un teléfono para poder marcarle a su papá, el joven se los dio y así triangularon las comunicaciones. A ambos los mantuvieron al teléfono todo el tiempo.
A Rogelio le dijeron que su hijo estaba secuestrado y que tenía que depositar 100 mil pesos para que lo soltaran. Él juntó 10 mil en una hora. Los depositó. El chico estaba sentado en la banqueta a unas cuantas cuadras de su domicilio, había sido un engaño.
Según datos del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia, en el país se registran cada año 10.4 millones de intentos de extorsión. En medio de todo esto ¿el Padrón Nacional de Usuarios de Telefonía Móvil, el famoso Panaut, ayudará a que los delincuentes dejen de sembrar miedo entre los ciudadanos? ¿Es sólo un capricho del Gobierno federal? ¿Se podrán erradicar este tipo de prácticas —cada vez más comunes— o sólo entregaremos nuestros datos para que sean utilizados a placer y con fines aún más perversos? Al tiempo.
En el baúl. El magistrado billetes, así me cuentan que le dicen a José Luis Vargas, quien quiere convertir al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en un centro de apuestas donde él siempre sale ganando. En pleno proceso electoral, Vargas quiere extender sus tentáculos de corrupción y presionar a los magistrados de las Salas Regionales, para lograr sentencias a modo. ¿Los magistrados electorales de carrera judicial se prestarán a componendas y cederán a presiones? Yo tampoco lo creo.