El debate sobre la invitación a Nicolás Maduro para que asista a la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador, el próximo 1 de diciembre, era inevitable. Quienes se extrañan de la discusión que el tema suscita en las redes sociales y los medios de comunicación, y hasta la consideran exagerada o “extrapolada”, no parecen conocer la gravedad de la crisis venezolana ni el rol polarizador que Maduro desempeña en la diplomacia latinoamericana.
La presencia de Maduro en la inauguración presidencial de López Obrador puede explicarse como parte de la intención del nuevo gobierno de retomar un liderazgo regional. En ese liderazgo será inevitable enfrentar las crisis de Venezuela y Nicaragua, dos países ubicados en la zona de más inmediato interés geopolítico de México: Centroamérica y el gran Caribe. La coincidencia de Maduro con el recién electo presidente de Colombia, Iván Duque, puede ser una primera oportunidad para que la nueva cancillería mexicana intente una función de equilibrio.
Sin embargo, la geopolítica no es la única razón que arguyen los partidarios del gobierno para defender la invitación a Maduro. En el nivel ideológico más tradicional de la izquierda mexicana, no faltan quienes admiran a Maduro, como heredero de Hugo Chávez al frente de la “Revolución Bolivariana”. También están los que abusan del relativismo y las falsas equivalencias y sostienen que Maduro sería tan ilegítimo como Duque o Jimmy Morales, el presidente de Guatemala, o Michael Pence, el vicepresidente de Estados Unidos.
El aislamiento internacional de Maduro tiene un origen preciso: el golpe que su gobierno dio al poder legislativo electo, de mayoría opositora, por medio de una Asamblea Nacional Constituyente en mayo de 2017. Esa imposición, contraria a las normas constitucionales y las leyes electorales, sumada a la constante represión del movimiento juvenil y los partidos políticos opositores, control creciente de la sociedad civil y los medios de comunicación, desabastecimiento, inflación y éxodo masivo, es la base de la marginación del madurismo.
No hay que llamarse a engaño: Andrés Manuel López Obrador es visto como un aliado potencial por el debilitado bloque bolivariano. La presencia de Maduro en México puede servir para reforzarlo políticamente o para inclinarlo, por la vía del diálogo, a la búsqueda de una salida democrática al conflicto venezolano. No sabemos bien cuál de los dos es el objetivo del nuevo gobierno, pero sí sabemos que el primero es una prioridad de buena parte del liderazgo de Morena.
Para emprender cualquier gestión diplomática mediadora, en relación con Venezuela, el rechazo al autoritarismo y a la violación de derechos humanos es una premisa insoslayable. Hay muchas formas diplomáticas de trasmitir rechazo a esas prácticas. Habrá que observar si el nuevo gobierno recurre a alguna para reiterar, en la arena internacional, el compromiso con la democracia que promete en el plano doméstico.