José Mujica: el político sin rencor

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En el discurso que pronunció en la Universidad Iberoamericana, agradeciendo el Doctorado Honoris Causa que le concedió esa institución, el ex presidente uruguayo José Mujica recordó a sus verdugos. Dijo haber pasado buena parte de su vida en calabozos de una dictadura militar, pero tuvo palabras de agradecimiento a los soldados que le dieron de comer una manzana.

Es célebre el ensayo Tiberio. Historia de un resentimiento (1939) de Gregorio Marañón, escrito en el exilio parisino. Tiberio, exiliado en Rodas, aquejado de mentagra y epilepsia, fue el arquetipo que eligió Marañón para sostener la importancia del resentimiento en la concreción del impulso heroico. La historia política de la izquierda latinoamericana es incomprensible sin el discurso del rencor, pero Mujica parece ser la excepción que confirma la regla.

El film La noche de 12 años (2018) de Álvaro Brechner cuenta los mecanismos de sobrevivencia dentro de las cárceles uruguayas. El guerrillero tupamaro caminaba, garabateaba dibujos y escribía poemas, que luego intercambiaba por tabaco con los guardias. La humanización del trato con sus verdugos lo ayudaba a soportar el cautiverio y la tortura. La humanidad del enemigo era la prueba definitiva de la esperanza en medio de la dictadura.

Una de las últimas decisiones de Mujica como gobernante fue la proposición de que los militares ancianos, condenados a prisión por sus desmanes durante la dictadura, pasasen a reclusión domiciliaria. “No quiero tener viejos presos”, decía Mujica, en alusión a torturadores como José Nino Gavazzo, Miguel Damao y Ernesto Ramas. Muchos compañeros de Mujica en el Frente Amplio se opusieron a aquellos indultos.

En su discurso en la Ibero el ex presidente ha vuelto a recordar a los soldados. El gesto lo asocia, una vez más, con Nelson Mandela, quien, cuando llegó a la presidencia, tomaba el té con los fiscales que lo condenaron a treinta años de prisión. Como Mandela, Mujica alerta constantemente sobre el avance del fanatismo tanto en la derecha como en la izquierda. Lo peor del neoliberalismo, dice Mujica, es que distorsiona al “viejo liberalismo” con un recetario a prueba de dudas.

El fanático, dice Mujica, siente aversión por la duda. Lo que equivale, según el ex presidente, a un exceso de certidumbre que favorece la arrogancia. El viejo liberalismo, en cambio, era el reino de la duda, del cuestionamiento permanente de verdades artificialmente establecidas. Llama la atención que, en un momento de ascenso del autoritarismo en una zona de la izquierda latinoamericana —especialmente en Venezuela y Nicaragua—, Mujica proponga una vuelta a la tradición liberal.

Para Mujica hay una interrelación entre autoritarismo y neoliberalismo. El hecho de que el experimento neoliberal en América Latina empezara con la dictadura de Augusto Pinochet es más que un dato. El camino de la defensa de la democracia pasa por el abandono de la intransigencia y el rencor.

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