Ricardo Martínez: gran pintor mexicano

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Foto: larazondemexico

1970, colonia Las Águilas, Ciudad de México, Ricardo Martínez, de 52 años, recibe la visita de un importante comprador de arte que quiere adquirir varios de sus cuadros de gran formato, después de una breve conversación el pintor le dice que no le va a vender y, pese a los ofrecimientos económicos, el “no” es rotundo. Es difícil de entender pero así fue Ricardo toda su vida.

Rodeado de objetos precolombinos, escuchando música en su gran estudio con techos transparentes que le facilitaban su manejo de sombras y colores, no vendía impulsado por un interés económico (aunque no le sobraba el dinero), sólo permitía que su arte estuviera en manos de alguien que él consideraba lo podía comprender, es por eso que son pocos los que tienen la fortuna de poseer su obra.

El mecanismo mental que prevalece en este tipo de decisiones se llama “identificación proyectiva”, descrito por la psicoanalista austriaca Melanie Klein, en 1946, su primera acepción se refiere a que el individuo tratando de quitarse una parte desagradable en su interior la “deposita” a una persona cercana con la intención de controlarla. El concepto progresa a que se incluyan aspectos positivos del individuo y entonces es capaz de compartir este “trozo de mundo interno” con alguien que lo puede recibir con empatía. Ricardo le podía dar su obra de arte a aquella persona con la que establecía una comunicación y él tenía la certeza de que era capaz de entenderla, valorarla, protegerla y en forma simbólica entablar una conexión

con su mundo interno.

Las palabras de Fernando González Gortázar lo describen con nitidez: “fue un artista sobresaliente, superdotado, creador de un lenguaje propio en el que, sin embargo, resonaban herencias, pero que él fue refinando, enriqueciendo, hasta terminar convertido en un productor de objetos visuales de una fuerza y capacidad de emocionar y conmover como muy pocos lo han logrado en este país”.

El proceso creativo, de acuerdo a Poincaré, tiene cuatro estadios: 1) Preparación, 2) Incubación, 3) Iluminación y 4) Ejecución. Pero el que distingue a los artistas es la Iluminación, pues aparece en la mente de forma inesperada y los impulsa a expresar y comunicar algo en particular; el lenguaje pictórico de Martínez incluía figuras envueltas, abrazadas, el amor,  la pérdida y  líneas que trazan un cuerpo, dándole una particular importancia

a la figura femenina.

Se dice que fue un hombre solitario, sin embargo, siempre tuvo a su lado al gran amor de su vida: Zarina Lacy, su esposa y madre de sus cuatro hijos.

Como celebración del centenario de su nacimiento se exhibe parte de su obra en el Museo del Palacio de Bellas Artes hasta el 24 de febrero de 2019.

En sus palabras: “…hay que saber oír en el tiempo las voces antiguas. Hay que distinguir las voces de los ecos”.

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