El Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, anunció una segunda consulta pública a sólo unas semanas de asumir formalmente el cargo y un día después de la marcha ciudadana para oponerse a la cancelación del aeropuerto en Texcoco, donde una de las principales consignas fue en contra de la realización, precisamente, de consultas públicas a modo.
Las primeras reacciones de la oposición —formal e informal— han demostrado que aún no han entendido el cambio en el campo de batalla de la política nacional. La operación de descalificación al método desde el círculo rojo deja en claro que los mismos errores que los derrotaron en julio y que dieron amplio margen a AMLO para llevar a cabo la cancelación de Texcoco, siguen siendo el eje de su comunicación.
El Presidente electo parece sí tener claro que su fuerza radica en el respaldo ciudadano, principalmente con su base de simpatizantes. Atinadamente se ha enfocado en ganar la batalla en la opinión pública, en el grueso de la población.
La comunicación política no es, principalmente al menos, una batalla argumentativa. Se trata de despertar emociones y construir percepciones alrededor de símbolos y significados sobre temas que sí les importen a los ciudadanos.
En el caso del aeropuerto, mientras la oposición centró su ofensiva en argumentos técnicos y financieros, lejanos a la vida cotidiana de los mexicanos, AMLO ganó la opinión pública construyendo significados claros a cada opción, en términos de interés para los ciudadanos: mientras Texcoco representaba el último símbolo de la corrupción de una clase gobernante percibida como lejana y deshonesta, Santa Lucía significaba la oportunidad, para muchos ciudadanos, de darles la espalda, por última vez, de una manera clara y contundente.
En estos términos, la batalla estaba resuelta: Texcoco podría ser cancelado porque representaba todo a lo que los ciudadanos le habían dado la espalda el 1 de julio, y AMLO le cumplía a su base.
La nueva consulta popular sigue sin tener un marco legal claro, sin generar certeza en los opositores ni confianza en el círculo rojo. Pero el instrumento va y la manera de oponerse al próximo gobierno tendría que evolucionar.
El próximo sexenio, donde al menos los primeros tres años no habrá contrapesos formales suficientes, debe ser el sexenio de la comunicación política.
Los partidos, y todas las fuerzas de oposición deben entender que la única manera de romper con el consenso social que respalda actualmente a AMLO (78%, según la última encuesta del GCE) es peleando por la calle, por la opinión pública y empezar a comunicar en términos de lo que sí es de interés para los ciudadanos.
Los partidos y sectores organizados deben darse cuenta de que ya no se trata de un instrumento de difusión de posicionamientos formales; que éstos ya no bastan para incidir. La comunicación debe ser su mayor herramienta para hacer política: para incidir en la conversación social, debe partir de intereses en común con la cotidianidad de los ciudadanos y debe ser lanzada desde fuentes que les generen confianza.
Veremos si para el segundo round aprendieron alguna lección de Texcoco y si pueden adaptarse a las nuevas reglas del juego de la política nacional.