Recordar para aprender

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Ayer se conmemoró en Israel, Yom HaSoah, el día del recuerdo del Holocausto. A las diez de la mañana, por un momento, todos los ciudadanos detuvieron sus actividades para honrar la memoria de los 6 millones de judíos que fallecieron en los campos de exterminio nazis.

Conocemos de primera mano las historias de los campos de exterminio porque fueron contadas por tres grandes escritores sobrevivientes: el austriaco, Jean Amery; el italiano, Primo Levi y el húngaro, Imré Kerstesz; todos ellos fueron testigos, víctimas, narradores y escritores del infierno nazi. Los tres estuvieron presos en Auschwitz: el terrorífico campo de concentración, en Polonia. Ocupada, sí. Colaboracionista, también.

En las primeras páginas de ¿Esto es un hombre?, Primo Levi habló de la delación de los vecinos, cuyas filtraciones a la SS enviaban a los judíos a la muerte: El amanecer nos atacó a traición; como si el sol naciente se aliase con los hombres en el deseo de destruirnos. En Más allá de la culpa y la expiación, Jean Amery, precisa las características del método de destrucción: disolución del yo, aniquilación de la confianza, arrebato del locus mediante el traslado a los campos de exterminio mediante la tortura que es el acontecimiento más atroz que un ser humano puede conservar en su interior.

Por su parte, en Yo – Otro, Kertesz —Premio Nobel de Literatura en 2002— concluye que Auschwitz es uno de los grandes toques de atención que se presentan en forma de golpe terrible para advertir a los hombres… siempre que estén dispuestos a prestar atención. En cambio, sacan a colación motivos científicos y hablan, por ejemplo, de la banalidad del asesinato, que es algo así como una postal de los infiernos. El Nobel adelantó, en 1997, las ganas de silenciar y banalizar las muertes.

Hace tiempo que la frágil paz que construimos después de la Segunda Guerra Mundial se viene resquebrajando. He dado cuenta de ello en esta columna; los totalitarismos van al alza; el racismo aumenta; los verdugos se disfrazan de víctimas.

La pandemia no ha hecho sino encrudecer las condiciones sociopolíticas del mundo; han aparecido villanos y oportunistas que lucran en medio de la desgracia de los inocentes. Las crisis hospitalaria mostrará, nuevamente, cuán cerca estamos de la barbarie de los campos y lo lejanos que parecen esos días en que la humanidad reclamaba un trata respetuoso para todos.

Así, es necesario parar un momento y considerar las necesidades de las miles de víctimas del Covid-19; también, acompañar las necesidades de las personas a nuestro alrededor: algunas serán económicas; otras, psicológicas; las más, de cuidado. Espero que el nombre de nuestros gobernantes y países sea honrado en el juicio de la historia, cuando se recuerde cómo enfrentamos esta nueva guerra.

Ojalá que en estos días, la memoria de las víctimas del Holocausto sirva de referente moral y nos recuerde el valor incondicionado de cada vida y de todas la vidas.

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Javier Solórzano Zinser
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.