El aumento del precio de los alimentos y la falta de tiempo para prepararlos por las largas jornadas de trabajo, son parte de los factores que repercuten en la carencias alimentarias que sufre casi una cuarta parte de la Ciudad de México.
De acuerdo con Ayari Pasquier Merino, subsecretaria de la Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad, de la UNAM, esta condición se ha asociado a las zonas rurales y de extrema pobreza, pero el sistema alimentario contemporáneo ha vulnerado incluso los contextos urbanos.
Según un estudio realizado por Pasquier a madres de familia en condiciones de pobreza y carencia alimentaria, que habitan en la CDMX, la falta de dinero es considerado el principal obstáculo para que se alimenten saludablemente, pues su gasto semanal per cápita va de 85 a 385 pesos.
Además, la distribución de alimentos procesados a gran escala y el aumento de precios de los productos frescos son factores que reproducen la desigualdad social en el marco del sistema alimentario global.
También intervienen en esta situación la falta de tiempo para preparar la comida debido a las jornadas de trabajo, la escasa viabilidad económica de los pequeños productores y la ausencia de políticas que aseguren el acceso a alimentos de calidad para toda la población.
Ésta es una de las áreas más afectadas ante la diminución del poder adquisitivo, pues las familias enfrentan gastos fijos (alquiler y transporte) y la alimentación se convierte en un espacio de ajuste, subrayó la universitaria.
Dieta citadina
Para entender la situación de las familias que viven con carencia alimentaria, la antropóloga hizo un estudio de campo y entrevistó a madres de familia para conocer los factores que enmarcan sus decisiones en este rubro: el tipo de comida que integra su dieta cotidiana, dónde y cómo se abastecen.
Pasquier Merino indicó que la dieta de los sectores más pobres posiblemente se ha diversificado, pero ha perdido su calidad nutricional. En su investigación constató un bajo consumo de frutas, leguminosas y carnes no procesadas.
Ante la carencia económica, la gente sustituye ciertos alimentos por productos similares de menor costo y calidad, disminuye su consumo, o definitivamente los elimina del menú.
Por ejemplo, la inclusión cotidiana de productos industrializados se ha convertido en una opción barata, y “esta situación podría explicar, en parte, la mayor incidencia de obesidad y enfermedades crónicas no transmisibles en sectores pobres”, remarcó la especialista.
En el estudio se identificaron los platillos que las familias encuestadas consumen con mayor frecuencia, entre los que se encontraron: Arroz con huevo estrellado; enchiladas de tortilla frita; torta de queso de puerco con frijoles, huevo o atún; chicarrón en salsa; caldo de pollo con verdura y arroz; carne de puerco en salsa verde con frijoles; caldo con verduras; huevo revuelto con jitomate o en salsa; atún a la mexicana; albóndigas de soya con frijoles.
Y para el final del día: Enfrijoladas; leche con pan dulce; café con bolillo; cereal con leche o leche con galletas.
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avs