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Diálogos de vanguardia en el MUNAL

AL MARGEN

Diálogos de vanguardia en el MUNALFoto: Cortesía del autor
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En 1945, el empresario estadunidense Henry Pearlman comenzó a adquirir obras de arte. Había hecho una importante fortuna con su empresa Eastern Cold Storage y decidió a partir de entonces dedicar una buena parte de ésta a formar una colección de arte impresionista y posimpresionista, hoy bajo resguardo de la Universidad de Princeton. Fue un año interesante para el coleccionismo de este periodo, con un gran número de obras europeas circulando en el mercado en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y la consolidación del impresionismo en la historia del arte, particularmente a través de instituciones estadunidenses.

Este mes la Colección Pearlman llegó al MUNAL para dar forma a Diálogos de vanguardia. La exposición se plantea a partir de nueve obras de esta colección, las cuales se ponen en diálogo con piezas de artistas mexicanos. Así, se establecen contrastes y equivalencias entre Henri de Toulouse-Lautrec y José Clemente Orozco o Diego Rivera y Amadeo Modigliani. A la lista de pinceles en exhibición se suman, entre otros, los de Vincent Van Gogh, Auguste Renoir, Paul Cézanne, Edgar Degas, Manuel Rodríguez Lozano, Dr. Atl y German Gedovius.

EN LA MAYORÍA DE LOS CASOS hay una diferencia de una generación entre los pintores activos en la París de fines del siglo XIX y los del México posrevolucionario, sin embargo, la exposición se centra en un momento compartido por todos: la llamada belle époque (bella época). Abarcando las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, concluyendo con la Primera Guerra Mundial, se trató de una bisagra tanto en términos sociales como artísticos, con importantes avances científicos, un significativo auge industrial, prosperidad económica y transformaciones culturales.

En paralelo, a través de la comparación de trazos, colores y formas, se hace evidente para el público cómo la pintura del impresionismo y posimpresionismo fue un referente esencial para los artistas de vanguardia, incluidos entre ellos a los mexicanos. Muchos incluso abrevaron de los mismos imaginarios y referentes al haberse formado en París, ya sea en un sentido académico, como es el caso de Diego Rivera, o de forma autodidacta, como Manuel Rodríguez Lozano. De esta manera, la exposición establece cruces e influencias entre unos y otros.

SI BIEN A TRAVÉS DE ESTOS comparativos apreciamos cómo el impresionismo fue un parteaguas para las experimentaciones plásticas que emprenderían los artistas del siglo XX, hace falta indagar de forma más explícita en los textos de sala sobre la manera en la que el concepto de vanguardia se está abordando en la curaduría, ya que varios de los lienzos exhibidos preceden la temporalidad que solemos atribuir a estos movimientos. Por fortuna, muchos de estos conceptos, así como el propio contexto de la belle époque, son ampliados a través de recursos didácticos, como el podcast del área educativa del museo. Ofrecer estos materiales adicionales a través de códigos QR es un gran acierto, pues permite al público profundizar más allá de la sala de exhibición.