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Goyo Cárdenas: El feminicida serial como ícono pop

Entre el 15 de agosto y el 2 de septiembre de 1942 surge la figura de Gregorio Cárdenas Hernández, el feminicida serial probablemente más narrado, interpretado y analizado en la literatura popular y académica especializadas en la inagotable historia del crimen nacional. Cárdenas Hernández sin proponérselo, contribuyó al crecimiento de la industria del periodismo desde el sensacionalismo. Morbo y frivolidad.

Gregorio Cárdenas HernándezFoto: Wikipedia
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El caso de Goyo Cárdenas es una especie de crónica con moraleja que apostó a la culpabilidad bajo deducciones y dictámenes psiquiátricos inciertos sobre el estado mental del inculpado. Esto a partir del diagnóstico del célebre criminólogo mexicano Alfonso Quiroz Cuarón, quien además de hacer el estudio más profundo sobre este personaje, se hizo célebre al descubrir la verdadera identidad de Ramón Mercader, el asesino de Trotski, y de Bruno Traven, el enigmático escritor alemán del que Luis Spota —asesorado por su amigo Quiroz Cuarón— escribiría un reportaje sobre su paradero en Acapulco.

CÁRDENAS HERNÁNDEZ ASESINÓ a cuatro mujeres en Mar del Norte #20, domicilio de su departamento de estudiante de química de la UNAM becado, que usaba como leonera. Ahí realizaba experimentos que incluyeron inyecciones de adrenalina a las mujeres asesinadas para intentar revivirlas. Tres de ellas, prostitutas. Fueron estranguladas y, una más, su novia, golpeada en la cabeza con un objeto contundente. Goyo fue ingresado el 7 de septiembre en el hospital psiquiátrico “La Castañeda”, en Mixcoac. El director de la institución era el doctor Leopoldo Salazar Viniegra, quien durante el gobierno de Lázaro Cárdenas había impulsado la despenalización de las drogas, al considerar su consumo enfermedad y no delito. El gobierno de Estados Unidos, con ayuda de grupos conservadores mexicanos, contribuyó a derogar la iniciativa ya en práctica.

Portada "Celda 16"Foto: Especial
Portada "Historia Nacional de la infamia"Foto: Especial

Viniegra diagnóstico al asesino. Afirmó que Cárdenas “se cultivó para la simulación” con el fin de engañar a los expertos, leyendo lo que se había escrito sobre él, “invocó la fama pública; la opinión de las personas profanas en psiquiatría, que tuvieron oportunidad de tratarlo […]. Asistió a las clases de psiquiatría y tomaba versiones taquigráficas de ellas.”

Este método dio como resultado que Cárdenas Hernández no fuera inculpado como homicida y su sentencia penal quedara en un péndulo de desaciertos, especulaciones científicas para la gayola y masacre mediática.

Convertido en leyenda negra del crimen de la Ciudad de México, Goyo es hasta la fecha un singular fenómeno de masas al que se le han dedicado numerosas publicaciones especializadas, reportajes, obras de teatro, películas de ficción, documentales, corridos y tandas de burlesque. Infinidad de libros recrean el caso y analizan la personalidad del “Barba Azul Totonaca”, como lo apodó la nota roja de la época.

Cárdenas Hernández fue además un prolífico escritor cuya obra de irregular aporte literario abordó su experiencia carcelaria en libros autobiográficos que probablemente son las mejores crónicas patibularias escritas en México hasta el día de hoy: Celda 16 (Diana, 1970) y Pabellón de locos (Diana, 1973). En su novela autoeditada en 1973, Una mente turbulenta ―mediocre―, trata de indagar en su propia psique con los mismos artilugios que usaba para confundir a los psiquiatras y al criminólogo Quiroz Cuarón y así exculpar de sus actos. También escribió tramas adaptadas para una historieta semanal: Las historias mas estrujantes. Lecumberri relatado por Goyo Cárdenas, de impacto masivo. Pero jamás se declaró culpable. Fue sometido a rigurosos exámenes clínicos que incluyeron inyecciones de pentotal sódico, como desinhibidor del juicio, con el fin de obtener confesiones, y extracción del líquido encefálico-raquídeo y electrochoques, con el objetivo de que aceptara sus delitos y además sostuviera los dictámenes clínicos que lo declaraban mentalmente apto para cometer los crímenes.

Las historias mas estrujantes. Lecumberri relatado por Goyo CárdenasFoto: Especial
Portada "Estrangulador de mujereres"Foto: Especial
Portada "Pabellón de locosFoto: Especial

EL 13 DE SEPTIEMBRE DE 1942 Cárdenas Hernández ingresó a Lecumberri para purgar una condena de 35 años que incluyó un traslado de cuatro años a La Castañeda, ya derruida hoy en día. De ahí se fugó seis años después con su enfermera y otro interno. Al ser detenido nuevamente en agosto de 1948 en el pueblo de Punta Palomas, Oaxaca, argumentó que “había tomado unas vacaciones”. Ingresó al penal de Lecumberri luego del riguroso dictamen de Quiroz Cuarón, quien determinó que el homicida tendría que ser recluido en la celda 2 de la crujía “H” (Homicidas) del penal, pues era consciente de sus crímenes. Desde ahí, Goyo reconstruyó su personalidad.

Quiroz Cuarón y Cárdenas Hernández sentían aversión el uno por el otro. A su manera, ambos se obsesionaron. Uno por estudiarlo y el otro por hacerle la vida de cuadros haciéndose pasar por un loco desaseado hasta la náusea, extravagante y hablantín para los medios y mudo para el criminólogo con prestigio mundial. En su informe, que poco después publicó como libro en 1952, Un estrangulador de mujeres, Quiroz Cuarón incluyó fotografías de Cárdenas vestido como geisha como prueba de que “su evolución sexual no fue correcta, estaba indiferenciada y tenía una orientación de tendencia homosexual”. Lo exhibió bajo conceptos lombrosianos y no lo bajó de degenerado. Cárdenas a su vez sostenía que su examinador era un homosexual que se insinuaba inoportunamente a los prisioneros.

Cuenta Quiroz Cuarón en El criminólogo, sus memorias transcritas por José Ramón Garmabella:

La tercera vez que vi a Gregorio, ya en libertad, fue en la sala de ingreso del Reclusorio Norte. No obstante que trató de rehuirme cuando se percató de que yo caminaba hacia él, pude de todas maneras abordarlo y charlar brevemente. A pesar de que me ofrecí desinteresadamente a ayudarlo en lo que necesitara, me respondió de forma cortés que no podía serle útil en nada.

El aprendizaje psiquiátrico y de procedimientos judiciales de Cárdenas a través de su propia experiencia, lo convirtieron en asesor de los reos del penal, en escritor y blanco de envidias de otros criminales célebres, celosos de la fama de “Goyito”, como le llamaban los presidiarios que acudían a su ayuda. Pintaba, improvisaba en el órgano y leía mucho en su celda donde tenía más de doscientos libros. Era lector de Kant.

Fue sometido a rigurosos exámenes clínicos que incluyeron inyecciones de pentotal sódico, como desinhibidor del juicio

DESDE SU APARICIÓN EN LA CRÓNICA roja, Gregorio Cárdenas Hernández se convirtió de inmediato en el antihéroe favorito del público, que lo hizo figura fundacional e ícono pop mediático del entonces Distrito Federal. Coincidió con una modernidad incipiente necesitada de monstruos para marcar una distancia con el desarrollismo que pretendía vender el sistema político. La salud y la enfermedad, el desarrollo y el atraso, el desorden y la disciplina social. El célebre criminal es producto de una sociedad machista y despiadada con los más débiles. Hoy en día se sigue escribiendo pero con un enfoque “feminista” sobre el personaje. Muy oportuno en nuestros días. Ya no hay gran cosa que lavar, pero la ropa vieja con etiquetas nuevas, vende.

Como menciona el historiador Pablo Piccato en su Historia mínima de la violencia en México (Colmex, 2023), Goyo Cárdenas se convirtió en un objeto de verdadera fascinación colectiva. En parte porque, siendo hijo educado de una familia acaudalada (su madre pagó para que le permitieran ingresar un órgano acústico a la celda de su hijo en Lecumberri), intentó hacerse pasar por loco y con ello evitar la prisión. Becado por Pemex, estudiante de la facultad de Química de la UNAM, culto. Sus delitos permitían al público asociar la violencia y el sexo en el marco de una mirada científica hacia algunos casos excepcionales.

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Goyo Cárdenas mostró al populacho que el placer sexual se puede acrecentar cuando va acompañado del dolor de la persona que es objeto del deseo. Hizo lo que la gente “normal” también podía disfrutar siempre y cuando se escapara de la doble moral de la represión social. El Marqués de Sade se sentiría orgulloso de tener un discípulo así. Hasta el día de hoy el “estrangulador de Tacuba” fascina, pero ahora a una legión de artistas y sobre todo de escritores mexicanos que ven con los ojos inflamados por sobredosis de cultura pop estadunidense (música, cine, ficción policíaca y de terror) mal trasplantada al estereotipo del feminicida como variante a la mexicana de un Hannibal Lecter.

YA EN 1939, GREGORIO CÁRDENAS había sido detenido y sometido a proceso judicial por tener relaciones sexuales con una joven menor de edad que conoció e hizo su novia en el centro nocturno “Astoria”. La pareja se casó y divorció al poco tiempo. Se le acusó de estupro y Cárdenas declaró a las autoridades estar sorprendido porque su enamorada era virgen. Mitómano y fanfarrón como era, había encandilado a su ex esposa prometiéndole una casa y regalos costosos.

El periódico comunista El Popular publicó crónicas desde diferentes matices de sensacionalismo, lo que Gregorio Cárdenas provocó como un fenómeno de paranoia nacional. Dentro de su plantilla de columnistas y reporteros estaban Gilberto Rod, el más fiel a un estilo sensacionalista que tanto gustaba a los lectores. Entre sus interminables denominaciones calificó a Cárdenas como “el Landrú mexicano”, “degenerado”, “demente”, “enemigo de las mujeres galantes”, “torvo criminal” y otras tantas más igual de estridentes hasta que lo apodó “el monstruo”, lo que en adelante se convirtió en la corona siniestra del ya popular asesino.

José Alvarado, en su artículo “Criminalidad y cursilería”, publicado en la primera página de ese mismo periódico el 19 de septiembre de 1942, afirma que en el caso del “estrangulador de Tacuba” quedaba por averiguar:

¿quién ha hecho más daño: el desventurado asesino o los cronistas del crimen? ¿Quién es más delincuente, Gregorio Cárdenas o los criminólogos improvisados o los moralistas hipócritas y torpes que han regado sobre la conciencia del público la mayor cantidad de disparates?

Desde su aparición en La Crónica Roja, Gregorio Cárdenas Hernández se convirtió de inmediato en el antihéroe favorito del público, que lo hizo figura fundacional e ícono pop mediático del entonces Distrito Federal.

Por su parte, un joven reportero de nombre José Revueltas escribió en ese diario el 21 de octubre de 1942 una crónica con mesura y ojo analítico que se aleja de las frases grandilocuentes. Revueltas es analítico y le llama la atención, más que el personaje exhibido como engendro de feria durante un debate de psiquiatras para determinar si estaba loco o no, la falta de profesionalismo de los científicos mexicanos que denotaban un nacionalismo barato, prejuicioso.

La intervención del doctor Millán tuvo la virtud de transformar la asamblea, de asamblea científica que era, en una reunión donde trató de discutirse un problema totalmente ajeno al estudio de Gregorio Cárdenas Hernández. Ya no era la cuestión de si Cárdenas Hernández resultaba un epiléptico o un esquizofrénico, sino tan solo si el doctor Lafora debía haberle estudiado o no, “quitando oportunidades a médicos mexicanos”. Una corriente de xenofobia se dejaba sentir entre muchos de los asistentes. Parecía que el objeto principal de la reunión era, ante todo, enjuiciar al doctor Lafora.

La historia de Gregorio Cárdenas está unida inseparablemente a la época de oro de la nota roja de largo aliento. En sus crímenes aparece la ruta transitada por brillantes cronistas policíacos como David García Salinas, “cronista de las prisiones de México”, José Revueltas, Eduardo El güero Téllez, José Ramón Garmabella y el fotorreportero Enrique Metinides, entre otros, que registraron con el pulso de la mejor literatura popular influida por la novela de folletín, la historia negra de la Ciudad de México.

Gregorio Cárdenas Hernández tenía 27 años al momento de su detención. Al momento de su liberación, había cumplido 60.

Los estudios y sentencias sobre Gregorio Cárdenas Hernández fallaron porque no buscaban rehabilitarlo, sino encajarlo en el sistema judicial para poder sentenciarlo y dar una muestra de la superioridad moral del sistema penal.