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Javier Marías: "voluntad de lenguaje"

“La almohada es redondeada y blanda y a menudo blanca, y al cabo del tiempo lo redondeado y blanco acaba
sustituyendo al mundo, y a su débil rueda”, apunta minuciosamente Javier Marías en Corazón tan blanco,
una de sus novelas más aclamadas entre las dieciséis que publicó. Voz indispensable de la literatura
hispanoamericana de las últimas décadas, falleció el pasado 11 de septiembre. Eduardo Casar, poeta
y académico, advierte en la narrativa del madrileño el ansia no sólo de contar, sino de transformar las palabras.

Javier Marías (1951-2022).Fuente: rtve.es
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Es un grandísimo escritor. Tengo su libro Vidas escritas en el anaquel del librero donde pongo los que me gusta llamar "Los imponderables", es decir, los volúmenes de narrativa que más me han movido el techo del tapete. Vidas escritas es una antología de las que prologa Elide Pittarello y que yo compré y tengo en la editorial Debolsillo.

Admiro los textos de Javier Marías, desde Corazón tan blanco, que me recomendó Mónica de Neymet, escritora, y además profesora de mi Facultad, aunque lo que me acuerdo de la novela es el pasaje donde los traductores simultáneos de un encuentro entre dos mandatarios corrigen lo inapropiado y las tonterías que emiten sus traducidos, es decir, casi el mero principio.

Desde entonces he intentado leer lo que he conseguido de Javier Marías, aunque hay algunos libros, como la trilogía Tu nombre mañana, que no he podido proseguir. A lo mejor porque fue el libro que me llevé de vacaciones a Varadero, Cuba, y en la playa nadie puede fingir que lee en vez de ver a la gente que pasa en ropa interior, con ese mar de fondo. Me gustan sus ensayos (de Marías), sus artículos periodísticos, sus opiniones sin tapujos. He leído dos veces, aunque no seguidas, Negra espalda del tiempo, que trata sobre otra novela que lo hizo famoso, Todas las almas, que no sé si vaya a leer alguna vez porque, aunque ahora está muy positivamente ponderada, prefiero pensar que Negra espalda del tiempo es una novela sobre otra inexistente.

Me gusta mucho que en sus novelas los personajes sean antipáticos y que a los lectores no nos importe. Me gusta que los personajes secundarios sean los que muchas veces se apoderen del final de la ópera.

A Marías más bien le interesa contar con el lenguaje de una manera específica, para contar con nosotros los lectores inintercambiables 

SUS ÁRBOLES BRONQUIALES

Caigo en la red siempre incitante (para mí) de su estilo, basado en oraciones coordinadas que a veces se subordinan a las principales o le hacen caso a otras de sus compañeras condicionales, abriendo una playa de ésas que trazan contornosssss de olasss sucesivas.

Sus muy prolongadas cláusulas tienen otro motor en las conjunciones adversativas o en las copulativas, que respiran como juntando sus árboles bronquiales. Creo que nadie hace eso como Marías; es el estilo de Marías. Tiene lo que Gonzalo Celorio llama “voluntad de lenguaje”, como la que tenían Alejo Carpentier o Julio Cortázar o Jorge Luis Borges. Existen otros escritores a quienes lo que más les interesa (así lo declaran) es contar una historia. A Marías más bien le interesa contar con el lenguaje de una manera específica, especial, para contar con nosotros los lectores inintercambiables.

En una nota de El Mundo, escrita por Antonio Lucas y publicada por Milenio el 12 de septiembre pasado, se dice: “Sucede con las novelas de Marías algo muy interesante. Una primera escena formidable enreda las cosas y deja cabos sueltos que seguirán sueltos a lo largo de la novela porque no aspiran a resolverse del todo”. Lucas le llama “la voz Marías” y es uno de los pocos comentarios estilísticos y estructurales de los muchos elogiosos que he leído en estos días. Y es que, como hacen algunos poetas, Javier Marías crea misterios. Es una cosa rara entre narradores, porque la mayoría quieren terminar bien, obligados por lo que creen que es la novela. Es muy evidente que Marías juega con el lenguaje, pero su juego es el de un mago de la continuidad verbal que da vueltas pero sigue, más Marcel Proust que James Joyce: la verdad no sé cómo hizo para no contaminarse de las imprevistas fragmentaciones escarpadas del Tristram Shandy, que tradujo del inglés.

SÓLO VEMOS LUEGO DE LEERLO

En Vidas escritas hay otra cualidad que excede mis preferencias que se columpian en el estilo. Porque lo que hace el susodicho es tomar retratos, fotográficos o pictóricos, y describirlos, simplemente describirlos. Pero la cosa es que los describe él, y no tú o yo, para ponernos como ejemplo. Y logra mirar con el anteojo textil de su escritura detalles, sesgos, fondos, lateralidades que solamente podemos ver cuando ya hemos leído lo que Javier Marías nos escribió. Gracias. De nada.

De sus Vidas escritas la parte que me quedó más viva es una sección que se llama “Artistas perfectos”. Se trata de esos comentarios de retratos donde lo que hace es mirarlos con su lenguaje y escrutarlos entrelazando rasgos, gestos, actitudes, dialectos corporales, vestimentas, miradas. Un impresionista alarde de interpretación.

LA OBRA NO ESTÁ MUERTA

Noten cómo cuando un escritor muere se habla más del escritor que de su obra, claro, porque su obra no está muerta ni será nada incinerada. Las ferias del libro y la hegemonía de la imagen han revivido los enfoques biográficos sobre literatura. Veo que a los demás sí les interesa eso de la vida, por eso la pregunta que siempre le hacen a un escritor en una feria (cuando está vivo) es algo como ¿en qué se inspiró para su obra? Es una pregunta que hacen los niños de seis años y los ancianos de sesenta y nueve.

La muerte de Javier Marías no fue prematura. Tenía setenta años. Su obra es enorme: el que quiera leer otros textos suyos que vuelva a leer los que ya haya leído.