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El oficio de la palabra

"Doloridas, sin consuelo, vienen a cumplir el oficio de llorar a sus hermanos", señala el coro en Los siete contra Tebas, de Esquilo. En estas páginas, como en el teatro griego, dieciséis voces se reúnen para recordar, para subrayar sus afectos por el director de este suplemento desde su aparición, en junio de 2015: Roberto Diego Ortega. El conjunto destaca un gesto, un carácter, una memoria tejida a través de la amistad de años o de pocos
meses de intercambiar correos. El conjunto aplaude su vida noble, su trabajo más que luminoso. Descanse en paz.

El oficio de la palabraFoto: Pexels
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"Vinieron a informar a la ciudadanía / que el poeta había muerto. / ¿Cómo decírselo ahora a sus poemas?", escribe filosamente el chiapaneco Roberto López Moreno. 

El 20 de junio de 2015 se publicó la primera edición de El Cultural de La Razón. Con Roberto Diego Ortega en el papel de director y Delia Juárez como editora, el número inaugural presentaba poemas de Charles Simic en traducción de Rafael Vargas y una entrevista con Ida Vitale —quien acababa de ganar, en México, el Premio Internacional Alfonso Reyes, y en España, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana—, entre otros contenidos. 

"Nos proponemos abrir las puertas al periodismo cultural, la crítica y la creación en sus diversas formas, sin fronteras, anclados en la pluralidad, la calidad y la exigencia", apuntaba la carta editorial. Desde aquella edición de lanzamiento se exponía de modo transparente una de las vocaciones de quien ejerció de esteta desde siempre: mantener espacios para la creación literaria y, con especial énfasis, para la poesía. Los siguientes 416 números no hicieron sino refrendar el curso propuesto de origen.

UN AÑO MÁS TARDE Roberto Diego quiso, con la bonhomía tan suya, publicarme poemas, crónicas atípicas —por ejemplo, sobre el duelo anual de futbol de Las Gardenias de Tepito, equipo travesti y transexual de ese barrio. Más tarde aceptó mi traducción de versos de la estadunidense Linda Pastan. Cuánto agradecía aparecer en páginas tan bien arquitecturadas. Nos mantuvimos conversando sobre libros y sobre el oficio de la palabra. Aparecieron más textos míos en El Cultural. En junio de 2018 me invitó a ser editora; fue un reto atreverme a ocupar el puesto tan sobradamente ejercido por Delia. Así empezó un aprendizaje semanal con él. De él. Claro, sobre edición, pero también sobre autores, amplitud de miras, generosidad, buenos modos.

Durante poco más de cinco años planeamos en complicidad los contenidos, manteniendo siempre espacio para la poesía, por la que ambos profesábamos una devoción compartida, porque si bien no cambia la realidad tangible, frangible, sin duda permite acceder al "pulso herido que sonda las cosas del otro lado", en palabras de Federico García Lorca. 

A veces disentíamos sobre dónde iba una coma o nos conflictuaba la escritura de algún extranjerismo, pero ambos permanecimos inconmovibles en seguir acentuando sólo cuando tiene función de adverbio. Cómo disfrutábamos rebotar las traducciones de inglés o francés, hasta dejarlas pulidas. Fue un gusto radiactivo remar bajo su dirección.

Sin esperarlo se despidió el editor brillante, el poeta agudo, el amigo atento. ¿Cómo decírselo ahora a sus poemas? ¿A estas páginas?