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Sobre un personaje secundario

COMISIÓN DE SOMBRAS

Hermann Hesse recibió el Premio Nobel de Literatura en 1946.Foto: Wikimedia Commons
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Los personajes secundarios tienen un encanto en el que no siempre reparamos. El personaje protagónico roba nuestra atención, pero los grandes maestros recurren a los secundarios para mostrar un camino menos transitado, discreto, que, sin embargo, suele representar sus ideas más estimadas.

Así aparece la relación entre Emil Sinclair y Pistorius en Demian de Hermann Hesse. Todos recordamos la historia: Sinclair anda en busca de un guía, de un conocimiento dizque secreto que lo hará atravesar indemne el mundo, o que al menos le permitirá entenderlo, es un personaje en busca de otros iniciados, sus iguales, que lo comprenderán y le darán ánimos. Y claro, se encuentra a Demian.

Demian es la guía y el camino. Sin embargo, el personaje de Pistorius, es la otra vía, el otro modo de ser héroe que Emil no se atreve a asumir, porque está obsesionado con ser un elegido. ¿Por quién y para qué? Acaso sólo para contar esta historia, porque de otro modo es difícil entender para qué ha sido elegido, a menos que su verdadero camino no sea sino encontrarse a sí mismo. De ser así, es imposible concluir que haya terminado de conocerse en el momento en que se cierra la novela, aún le falta vivir el amor doméstico, la madurez, la enfermedad, la vejez…

Ser Demian o Emil es fácil, siempre y cuando no se pase de los veinte años. Después, sólo queda el sacrificio, el crimen, el suicidio, o… Pistorius. Pistorius fue Demian y fue Emil. Un adolescente con dotes extraordinarias, inteligente, sensible, culto. Y ahora es… un hombre común. Y para los demian no hay mayor castigo.

El encuentro sucede de este modo: Emil anda perdido en la ciudad, en una de esas caminatas en busca de sí mismo, y de pronto se detiene frente a una iglesia y escucha a Bach. Alguien está tocando Musikalisches Opfer magníficamente. Emil espera a que salga el músico y lo sigue hasta una taberna. Hablan de Abraxas, ese contra-Dios que abraza lo bueno y lo malo, lo acepta. Y entonces se reconocen como iniciados, excepto porque Pistorius aclara: “soy un hijo perdido”.

Que Pistorious sea un “hijo”, no es una sorpresa. Todos los protagonistas de las novelas de Hesse son eternos adolescentes. Pero ¿qué quiere decir “perdido”? Que desperdició su talento; y, sin embargo, aún tiene un par de cosas que enseñar. Pone a Emil frente al fuego y le dice: “cada uno de nosotros está constituido por la totalidad del mundo; y así como llevamos en nuestro cuerpo la trayectoria de la evolución hasta el pez y aún más allá, así llevamos en el alma, todo lo que desde un principio ha vivido en las almas humanas. Todos los dioses y demonios que han existido, ya sea entre los griegos, chinos o cafres, existen en nosotros como posibilidades, deseos y soluciones”.

Y, ¿en qué consiste su fracaso? Se entregó a Cristo antes que a Abraxas a quien conoció demasiado tarde. Quiso ser sacerdote, pero “el sacerdote no quiere convertir a nadie; quiere únicamente vivir entre creyentes, entre sus iguales, y quiere ser portador y expresión del sentimiento que forja a nuestros dioses”. Le gusta Abraxas, ese dios gnóstico, pero sabe que se trata de una religión de solitarios y “una religión solitaria no es verdadera. Tiene que convertirse en comunitaria; tiene que tener sus cultos, sus bacanales, sus fiestas y sus misterios”.

Es decir, Pistorius no quiere ser único, como Demian y Emil, quiere ser un igual entre sus iguales. Y, por tanto, quiere estar en comunidad. Demian y Emil no saben ni quieren estar en comunidad porque entonces perderían su estatuto de seres “diferentes”. Entonces, por revelarle la impostura de su ambición adolescente, Emil lo castiga. Le dice que su idea es “arqueológica”. Lo arqueológico no puede ser individual ni único, de otro modo, no podría representar una cultura, una civilización; lo arqueológico es fundamentalmente lo anónimo. Emil lo insulta sugiriéndole que es demasiado adulto, que es algo así como una traición de lesa majestad en las novelas de Hesse.

El secreto que Pistorius quiere transmitirle es éste: nadie se salva solo. En el fondo, es más difícil aceptar ser una persona común y corriente que alguien especial. Pero al Superhombre nietzscheano no se le puede decir algo tan obsceno. Acaso el Superhombre no pueda ser sino Superniño: el adolescente, el puer aeternus, sin ataduras, cuya identidad, ética y responsabilidad siempre están por definirse. “El impulso que a usted lo hace volar es nuestro patrimonio humano, todos lo poseemos”, le dice Pistorius.

El verdadero trabajo, insiste, no es tanto ser o no capaces de cambiar el mundo, eso ya se verá, sino “renovarlo en nosotros mismos, día a día, si no, nada valemos”. “En vez de clavarse a sí mismo o a otro en una cruz, se puede beber vino de una copa con pensamientos elevados, pensando en el misterio del sacrificio”, es decir, se puede pensar en el ideal, sin necesariamente cumplirlo en todo momento porque sólo podemos acceder a esos estados de ebriedad de manera momentánea. No se puede presumir de llevar el estigma de Caín sin soberbia, porque la llama de dios llama sólo cuando quiere, no está en nosotros la posibilidad de entrar en ese estado, salvo estar atentos para no perder la oportunidad cuando el llamado suceda. E incluso eso, apunta Pistorius es “un lujo y una debilidad. Sería más grande y más justo si me ofreciera al destino sin ambiciones”.

Pero, ¿se puede lograr ser un hombre sin atributos, un hombre común y corriente y aceptarlo y vivirlo? “Es muy difícil; es lo único verdaderamente difícil que existe, muchacho. […] El que no tiene ningún deseo excepto su destino, ése ya no tiene semejantes, está solo en medio del universo frío que le rodea”. Inspirado, Pistorius puntualiza: “La gente como usted y como yo está muy sola; pero al fin y al cabo, nosotros tenemos nuestra amistad, tenemos la satisfacción secreta de rebelarnos, de desear lo extraordinario. También hay que renunciar a eso cuando se quiere seguir el camino consecuentemente. Tampoco se puede querer ser revolucionario, ni mártir, ni dar ejemplo. Sería inimaginable”.

Ser un hombre común, sin mayores pretensiones, porque no hay nada qué enseñar, nada qué demostrar ni nada qué ser, excepto cumplir con “lo único verdaderamente difícil que existe”: asumir el trabajo de vivir y morir sin estridencias, prestar servicio sin buscar otra contraprestación que la de haber servido.

No es extraño que Emil le dé la espalda. Él quiere ser protagonista de su propio viacrucis. Ser único, especial, fue el canto de las sirenas durante siglo XX, acendrado hasta el ridículo en lo que va de este siglo, acaso sea hora de escuchar a Pistorius y dejar el sueño de los demian para la adolescencia del espíritu.