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Realismo e ideología

DISTOPÍA CRIOLLA

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La política de Occidente se debate entre extremos. La derecha racista y populista propone una “grandeza nacional” huérfana de diversidad, que conduce a las cavernas premodernas de la política. La izquierda millennial —criatura posdemocrática— desconoce que así como no hay justicia social sin libertad política, ambas precisan ser defendidas en un mundo hobbesiano. Su pacifismo naive ignora una geopolítica global poblada de actores autoritarios, que vulneran la condición ciudadana.

Ante el nativismo y radicalismo iliberales, el realismo progresista muestra pedigrí. Todo realismo entiende que la política, dentro de una vocación de poder —perseguida por actores y encarnada en instituciones— encuadra nuestras preferencias ideológicas o axiológicas. Ser políticamente realista no supone indiferencia a ideales y principios, pero requiere distinguir entre lo deseable y lo posible. Esto último siempre adscrito a circunstancias concretas, de tiempo y lugar.1

Un buen ejemplo de lo anterior es la obra de Tsai Ing-wen. Presidenta de Taiwán desde hace dos años, la intelectual socialdemócrata promueve una ambiciosa política social, impulsa la agenda LGBT y fomenta la innovación tecnológica en su pequeña nación. Asimismo, su partido Democrático Progresista defiende la soberanía taiwanesa ante las amenazas de Beijing, apoyando el fortalecimiento militar y los nexos con aliados como Sudcorea y Estados Unidos. Tsai no se ha convertido al trumpismo, pero acepta y agradece cualquier apoyo que le ofrezca su poderoso aliado externo. Preservar la integridad e intereses nacionales, sin sacrificar principios, es condición básica para impulsar su programa de reformas. Para sobrevivir.

Este realismo democrático ha sido compartido por liderazgos progresistas en todo el orbe. Elizabeth Warren no ve contradicción entre impulsar políticas sanitarias, laborales y de apoyo a la clase trabajadora en EU y confrontar los desafíos de Rusia o China. Mandela aceptó la ayuda de Fidel Castro —pero no su modelo político— en la lucha por el fin del apartheid y la democratización de Sudáfrica. Nehru recibió apoyo soviético en la lucha contra el legado de colonialismo y subdesarrollo, pero construyó la democracia más grande y diversa del mundo.

Por distinto carril discurre la abstención de México y Argentina en la pasada reunión de la OEA, que sancionó la imposición de autoridades electorales por el gobierno venezolano. Al avalar una “judicialización política” que aleja la solución electoral y pacífica del conflicto, ambos países abandonaron el consenso impulsado por Noruega, con apoyo de gobiernos progresistas como Costa Rica, España y Canadá. Alejándose de un “centro” capaz de avanzar el rol “facilitador”. Sacrificando principios democráticos por dogmas ideológicos o pragmatismos cuestionables.

Cualquier absolutización de lo normativo —típica de intelectuales y activistas prodemocráticos— o lo pragmático —afín a tecnócratas y funcionarios gubernamentales— desfigura una comprensión cabal de la lógica política. En un mundo dominado por la competencia entre poderes duros, el realismo obliga a tener aliados internacionales poderosos, dándoles una atención semejante a la que se dedica a objetivos y valores progresistas.

Quienes crean que las democracias deben construir su política privilegiando, alternamente, ideas puras o pragmatismos amorales ignoran la lógica política.2 Principios y objetivos se equilibran e hilvanan dentro de una agenda con valores básicos, agenciamiento de recursos, maximización de resultados, reducción de costos y freno a los rivales. Una agenda política.

1 Ver Morgenthau, Hans, Politics among Nations. The Struggle for Power and Peace, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1972 y Kotkin, Stephen The Players Change, but the Games Remains, Foreign Affairs, Vol 97, No 4, Julio-Agosto, 2018

2 Kotkin, Stephen The Players Change, but the Games Remains, Foreign Affairs, Vol 97, No 4, Julio-Agosto, 2018