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Arturo Vieyra

Despierta la inversión productiva

BRÚJULA ECONÓMICA

Arturo Vieyra
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Como es bien sabido, la mexicana es una economía de mercado, comandada por la demanda, la cual, a saber, se compone básicamente de la externa, que impulsa la producción para la exportación, y el componente interno, focalizado en el consumo de las familias y del Gobierno, a lo que se suma la inversión pública y privada.

Aunque el consumo de las familias cubre la mitad de la demanda agregada, la base para el fortalecimiento económico en el mediano y largo plazos está en la continuidad de la inversión productiva (15% de la demanda). Su persistente avance en calidad y cantidad da como resultado el aumento de la producción nacional en una proporción mayor a la ejercida por la propia inversión (multiplicador de la inversión), además de que incorpora el progreso técnico, aumenta la productividad, los salarios y, en general, genera un mayor bienestar. Por lo tanto, la inversión productiva es el eje de la sustentabilidad del crecimiento económico.

Los determinantes de la inversión son bastante complejos y diversos, incluso, llegan abarcar ámbitos no sólo de la vida económica, sino también otros espectros como el social, político y ambiental, principalmente. En una visión bastante esquemática y simplista, el determinante de la inversión productiva está en la tasa de interés, ya que representa el costo de oportunidad del empresario para arriesgar su dinero, es decir, una inversión tiene que redituar más que lo que ofrece la tasa de interés.

Pero la toma de decisiones de los empresarios y del Gobierno es mucho más compleja. Involucra, además del nivel de la tasa de interés, las expectativas de crecimiento del país, la cantidad de capital que cada empresario tiene –por el costo de reposición–, la estabilidad macroeconómica, en especial la inflación, el costo de los bienes de capital y el nivel de impuestos, entre otros factores. Obviamente, para el caso de la inversión pública no sólo opera como incentivo la rentabilidad, sino que entran en juego otros factores como las carencias sociales, la falta de infraestructura, nivel de pobreza y la seguridad nacional.

Para desventura de nuestra economía, las decisiones de inversión pública y privada se vieron seriamente afectadas desde mediados del sexenio pasado, cuando después de alcanzar un nivel equivalente a 22.5% del PIB, paulatinamente comenzó a caer hasta 20% del PIB al final del sexenio. Posteriormente, por efecto de la pandemia y la crisis económica, el gasto en inversión productiva se desploma hasta un alarmante 17.6%. Un descalabro mayor y pocas veces visto en nuestra economía.

Afortunadamente, las condiciones para la inversión han mejorado sustancialmente en casi todos los sentidos. La perspectiva de crecimiento del país aumenta constantemente, la inversión pública se recupera de manera vigorosa, dando un impulso generoso al componente privado; las expectativas en torno al llamado nearshoring parecen comenzar a concretar mayor inversión en el norte del país. También ayuda la reactivación de sur de México a partir de las grandes obras públicas y apoyos fiscales. Finalmente, el compromiso gubernamental y de la autoridad monetaria por mantener la estabilidad macroeconómica da evidentes frutos.

Así, la inversión productiva hacia el primer trimestre del año alcanza, de nueva cuenta, un nivel de 20% del PIB, es decir, se ha resarcido la pérdida derivada de la gran crisis. No obstante, falta mucho por hacer para consolidar mayor inversión.

Especialmente, la inversión en construcción muestra un rezago significativo que podrá disminuir cuando la tasa de interés se reduzca. En general, la perspectiva de la inversión productiva y, por tanto, del crecimiento económico es favorable.