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Bernardo Bolaños

Los aviones Mig-29, casus belli

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Finalmente, Polonia ofreció aviones Mig-29 de combate a Estados Unidos para que éste los diera a Ucrania, a pesar de la advertencia de Putin de que eso significaría que el proveedor final estaría entrando en el conflicto. Es decir, Estados Unidos contra Rusia. Acto seguido, el gobierno de Biden rechazó la oferta, a pesar de que él mismo la había sugerido en un inicio.

Polacos y estadounidenses tenían el argumento de que ya se surtía de armas a Ucrania. ¿Cuál era la diferencia al darle aviones? Si las relaciones internacionales se rigieran por las amenazas, no habría reglas, no existiría el derecho internacional. En resumen, Occidente tenía argumentos jurídicos.

Del otro lado, los rusos y expertos occidentales que profesan el realismo político consideraban que no deben usarse “legalismos” para provocar a Rusia, es decir, que no debe estirarse peligrosamente la liga. Como dijo Robert McNamara sobre la crisis de los misiles en 1962: “Kennedy era racional; Khrushchev era racional; Castro era racional. Los individuos racionales estuvieron a nada de la destrucción total de sus sociedades”.

Contra los realistas, los institucionalistas insisten en que el mayor peligro consiste en abandonar las reglas internacionales. Señalan que el discurso de Putin cambia a conveniencia, que al equiparar en su discurso las sanciones económicas con un acto de guerra y asustar con el tema de las armas nucleares, trata de impedir cualquier reacción contra sus intervenciones militares. Y aceptar eso sería indigno. Creen que así como los bombardeos rusos destruyeron Grosni (Chechenia) en 1999 y Alepo (Siria) en 2016, Putin está dispuesto a arrasar Kiev y, en el futuro, otras ciudades.

Pero los realistas políticos concluyen que no podemos confundir el horror de la guerra convencional con la innombrable calamidad de la guerra nuclear. Ése sería el último de nuestros errores. Por lo demás, si la comunidad internacional no respaldó los afanes independentistas catalanes en contra de un Estado-Nación como España ¿por qué sí los de Ucrania contra Rusia?, preguntan. Claro, sabemos que en el papel Ucrania, a diferencia de Cataluña, es un país independiente. Pero los realistas dudan de las hojas de papel, pues histórica, cultural y hasta religiosamente, Ucrania estaría ligada a Rusia.

Nada menos, hasta 2019 la iglesia ucraniana se regía por el patriarca ortodoxo de Moscú y, al separarse por las gestiones del expresidente Poroshenko ante el patriarca de Constantinopla, se violó una tradición centenaria, un cordón casi sagrado a los ojos de Putin, argumentan.

La situación es dramática y todos deberíamos hablar con la modestia que conviene a un momento trágico y a una amenaza existencial. Por un lado, debemos reconocer el sufrimiento de los ucranianos bajo fuego, que además comienzan a pasar hambre. Por otro, comprender que una delgada línea entre un conflicto regional y una guerra mundial puede depender del orgullo herido, de la religión, de otras cosas que los negociadores deberían tomar en cuenta.