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Gabriel Morales Sod

¿Qué pretendía Putin?

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Desde que inició la guerra en Ucrania le he dado vueltas en mi cabeza a una pregunta que, hasta el día de hoy, me es difícil responder ¿qué es lo que pretendió Vladimir Putin cuando decidió romper con el statu quo de la posguerra fría e invadir Ucrania? Para encontrar una respuesta es necesario ir más allá de la hipótesis que sugiere que Putin es un megalómano narcisista que buscó, en un momento de debilidad de Occidente, anexar Ucrania para consagrar su propia grandeza. Aunque esta hipótesis puede ser válida es demasiado simple, en particular porque ignora las fuerzas que dentro de Rusia respaldaron y aún apoyan la guerra en Ucrania.

Más productivo podría ser, tratar de entender a Putin en sus propios términos. Según la narrativa del Kremlin dos fueron los motivos de la “operación especial” en Ucrania. En primer lugar, poner un alto a los intentos expansionistas de la OTAN y, en segundo, proteger a la población ruso-parlante de Ucrania de las fuerzas neonazis que buscaban imponer la cultura ucraniana en el Este del territorio. A más de un año de empezada la guerra, Rusia ha fallado catastróficamente en cumplir sus propios objetivos. La incorporación de Finlandia, vecino de Rusia, a la OTAN esta semana es sólo la culminación de un proceso de unificación y fortalecimiento de la organización de cara al expansionismo ruso; y en respuesta a la masacre rusa, se ha fortalecido profundamente la identidad ucraniana impulsando los esfuerzos del ejército para detener al invasor.

El error de cálculo de Putin es tan serio que es fácil inclinarse por la hipótesis de que es un líder cegado por el poder. Sin embargo, el apoyo de los cuerpos de seguridad, de la élite y de la población rusa en general a la guerra nos habla de un problema en la percepción de un grupo mucho mayor. La expansión de la OTAN en las últimas dos décadas hacia el Este preocupó por obvias razones a los rusos y tocó una de las fibras más sensibles de una sociedad acostumbrada al juego de la Guerra Fría, y que aún tiene cicatrices de la enorme destrucción humana que Europa causó en Rusia en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, no fue hasta hace una década cuando Rusia, fortalecida por el flujo de dinero europeo por la venta de energía, comenzó a probar las aguas de nuevo. La tímida respuesta de Occidente a la invasión rusa en Georgia, al intervencionismo político ruso en Europa del Este, a la intervención rusa en el conflicto sirio y a la anexión de Crimea, que pasó sin más contratiempos, transformó el sentimiento de amenaza rusa en una fiebre por poder, territorios y grandeza.

La élite ultraprivilegiada que lidera el país, después de enriquecerse de manera corrupta e impune por medio del Estado por décadas, bajo el liderazgo de Putin, creía, como su líder, en la capacidad del Estado para imponerse en una rápida victoria, sin tener que pagar los costos. A esto estaban acostumbrados. Nadie en la cadena de mando, por miedo, ceguera o narcisismo, se atrevió a decir la verdad, o sus voces se suprimieron rápidamente. Ahora que es claro que se equivocaron, esta élite y su líder están dispuestos a todo, incluso a sacrificar cientos de miles de vidas de sus propios hombres para probar que estaban en lo cierto y mantenerse en el poder.