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Desgracias e injusticias

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Ha visto usted Ladrones de bicicletas de Vittorio De Sica? La película, filmada en 1948, es una obra maestra de la cinematografía. Los actores elegidos por De Sica no eran profesionales, lo que dio una intensidad especial a sus interpretaciones. La película fue rodada en locaciones de Roma —por ejemplo, en el mercado de Porta Portese, equivalente al de la Lagunilla de la Ciudad de México— lo cual le añadió mayor realismo.

Los protagonistas de la cinta, en un fotograma.Foto: Especial

Antonio Ricci es un padre de familia que se esfuerza por conseguir un trabajo, cualquiera que sea, para sostener a su familia. Logra que lo contraten para pegar anuncios en las calles, pero una condición para obtener el trabajo es tener bicicleta. Ricci consigue la bicicleta y comienza a trabajar con entusiasmo, pero tiene la mala suerte de que en el primer día le roben el vehículo. Desesperado, busca la bicicleta por todos lados. Va al mercado en donde venden objetos robados, pero no la encuentra. Lo más probable es que la hayan vendido por partes. Entonces, alcanza a ver al ladrón. Lo persigue, pero cuando lo alcanza no tiene manera de comprobarle a la policía que fue él quien le robó su propiedad. Desesperado, intenta robar otra bicicleta. Su intento es fallido. Lo pescan y le dan un escarmiento. Su pequeño hijo es testigo de todo. En la última escena, Antonio se aleja del lugar, envuelto en llanto, tomado de la mano de su hijito.

La película ha sido analizada desde una perspectiva social como una denuncia de la crueldad del sistema económico que no ofrece a los trabajadores opciones para salir de la miseria. Los pobres se roban entre sí para poder sobrevivir.

Yo quisiera examinarla aquí desde otra óptica. Me parece que Ladrones de bicicletas nos permite pensar acerca de una distinción existencial entre las desgracias y las injusticias.

Digamos que una desgracia es un mal irremediable. A lo largo de nuestra existencia padecemos todo tipo de desgracias: se mueren nuestros seres queridos, padecemos enfermedades crónicas, nos hacemos viejos. Con las desgracias no hay nada que hacer. Podemos intentar evitarlas, prevenirlas, resistirlas, pero cuando suceden no hay manera de que el mal padecido pueda revertirse.

Digamos ahora que padecer una injusticia es padecer un mal causado de manera intencional por alguien más. No hay vida que esté a salvo de las injusticias. A lo largo de nuestra existencia nos encontramos con malvados que nos roban, nos insultan, nos lesionan. Pues bien, algunas injusticias tienen reparación y otras no la tienen. El homicidio no lo tiene, sin embargo, el robo es un caso paradigmático en el que la reparación del daño es posible.

En un mundo ideal no habría injusticias reparables que no tuvieran su consiguiente reparación. Recordemos la historia de Ladrones de bicicletas. Si se hubiera hecho justicia, la policía debió haber atrapado al ladrón, pero, sobre todo, la bicicleta le debió haber sido devuelta a su legítimo dueño.

Sin embargo, el mundo que retrata con tanto arte Ladrones de bicicletas —el mundo en el que vivimos— está lejos de ser perfecto. Como sabemos, la autoridad no fue capaz de hacerle justicia a Ricci, es decir, de regresarle su bicicleta. Ello lo obligó a encontrar una manera de hacerse justicia por sí mismo. Cuando por fin encuentra al ladrón, no puede demostrar que fue él quien le robó el vehículo. Entonces, Ricci contempla la última opción que le queda, reparar su daño por fuera de la ley, robar otra bicicleta. Si alguien le había arrebatado su bicicleta, él haría lo mismo, porque sin una bicicleta condenaría a su familia a pasar hambre. Hay una especie de justicia superior a la que invoca Ricci que, aunque vaya en contra de la justicia de las leyes humanas, tiene algo de justificación en el orden supremo de las cosas. Sin embargo, el desdichado Ricci falla en el intento y sufre una humillación adicional, dolorosísima, de la que es testigo su pequeño hijo.

Al final, Ricci se ve obligado a aceptar la injusticia padecida como si fuera una desgracia. El daño que le causó un desconocido ya no tiene remedio. Una de las tragedias más grandes de la existencia humana es que las injusticias se nos conviertan en desgracias.