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Einstein y el conflicto de Medio Oriente

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Albert Einstein (1879-1955) es uno de los más grandes genios de la humanidad. Sus contribuciones a la ciencia siguen siendo, al día de hoy, admirables. Einstein también fue una persona profundamente comprometida con los sucesos globales que le tocó vivir.

Por encima de todo, Einstein fue un pacifista, pensaba que la guerra era una brutalidad que debía y podía erradicarse de la faz de la tierra. Para alcanzar la paz entre las naciones, cada una debía estar dispuesta a ceder algo para evitar la destrucción total. El nacionalismo extremo, pensaba el científico, era un peligro para la supervivencia de la humanidad. Lo preferible, pensaba, es que hubiera un gobierno mundial.  

 Dicho lo anterior, Einstein defendió el proyecto de la creación de una patria para los judíos en Palestina, aunque las ideas que tenía acerca de cómo debía ser el nuevo país fueran muy diferentes de las de otros sionistas.  

 Desde 1919, Einstein participó resueltamente en la creación de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que él concibió como una universidad diferente de las que existían en Europa: no una universidad burguesa, regida por el dinero, sino una para los trabajadores, fundada en ideales universales, y que fuera una institución que irradiara la cultura a toda Palestina. De alguna manera, Einstein vio en la Universidad Hebrea una especie de pequeño experimento de lo que podía ser el estado de Israel. En los pasillos de la universidad debía haber judíos y árabes unidos por un mismo afán: el conocimiento.  

 En una carta a Chaim Weizman, líder del movimiento sionista, fechada el 25 de noviembre de 1929, Einstein le decía: “Sin en el futuro nosotros no encontramos la vía de la cooperación honrada y del compromiso honrado con los árabes, entonces no habremos aprendido nada de nuestros dos mil años de sufrimientos y mereceremos la suerte que tendremos (…)”.  

 En otra carta a Azmi El-Nashashibi, editor de Falastin, periódico palestino, del 20 de diciembre de 1929, le escribe lo siguiente: “Si cuando se ha defendido, como yo lo he hecho desde hace decenios, la convicción de que la humanidad futura sólo puede construirse sobre una estrecha comunidad de naciones y que es preciso superar el nacionalismo agresivo, tampoco verse el porvenir de Palestina más que como una cooperación pacífica de los dos pueblos de los cuales es la patria.” 

 Después de 1947, Einstein se dio cuenta de que la solución de un solo estado con dos pueblos se había vuelto inviable. Aunque brindó apoyo al nuevo estado de Israel siempre fue muy crítico de la política hacia los árabes y simpatizó con la solución de la partición en dos estados, uno judío y otro árabe.  

 ¿Qué podemos aprender de las ideas de Einstein acerca de lo que hoy sucede en Medio Oriente?  

 Algunos dirán que no hay nada que aprender, que Einstein fue un científico genial pero un pésimo político, que la creación de una nación en Palestina en la que convivieran de manera pacífica judíos y árabes es una fantasía irrealizable. Para colmo, la partición del territorio en dos naciones, una judía y otra árabe, cada vez resulta más improbable y, además, tampoco sería una garantía de la paz en la región, ya que los dos países podrían estar en un continuo estado de guerra. El único desenlace, piensan los más extremistas, es llevar las acciones bélicas hasta el final, es decir, hasta la eliminación definitiva de uno de los dos bandos.  

 Esta opción es inaceptable desde un punto de vista humanitario. Ninguna solución moralmente aceptable puede conllevar que haya más muertos israelitas o palestinos. Aunque la creación de una patria común para judíos y árabes, como la que soñaba Einstein, hoy parezca una locura, yo creo que es una opción que no debe dejar de explorarse, porque sería la única definitiva. 

 A veces pedir lo que parece imposible es lo único que nos queda cuando la alternativa de dejar las cosas como están tiene como consecuencia el horror. La paz en Medio Oriente requiere de una transformación existencial de los judíos y de los árabes que les permita perdonarse para poder vivir juntos. No debemos permitirnos perder la esperanza de que Medio Oriente algún día aprenda a vivir en paz.