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Guillermo Hurtado

¡No insista!

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Por:

Una advertencia común en los letreros mexicanos es: “¡No insista!”. Cada vez que lo encuentro no puedo dejar de imaginar las circunstancias que llevaron a colgarlo.

Dice la marchanta: “Don Pánfilo, no me alcanza para el queso, pero le juro que mañana se lo pago”. —“Ya le he dicho que no fío, usted lo sabe”. —“Pero, mire, es que yo le aseguro que mañana vengo, a primera hora”. —“Que no, señora, por favor, que no hago excepciones”. —“Es que yo le prometo que muy tempranito le traigo el dinero”. —“¡No insista!” —explota Don Pánfilo. La clienta se va de la tienda muy ofendida y Don Pánfilo toma un plumón y escribe “¡No insista!” en la parte inferior del letrerito que dice: “Hoy no fío, mañana sí”.

El otro día paseaba por el barrio y vi un letrero en una puerta que decía: “Aquí no es el número 150. ¡No insista!”. Revisé la fachada de la casa y vi que, muy escondida, casi cubierta por una enredadera, había una plaquita con el número 152. Mi imaginación hizo de las suyas: Ring, ring, ring, “¿Quién toca?” —“Buenas tardes, traigo un paquete para la señora González.” —“Aquí no es”. —“Es que me dijeron que la señora vive aquí en el número 150”. —“Pero éste no es el 150, es el 152.” —“Oiga es que la casa de al lado es la 148”. —“Sí, pero éste no es el 150”. —“Entonces, ¿dónde está el 150?”. —“En la esquina, ¡vaya a la esquina”. —“Pero es que vengo de la esquina y no vi el número”. —“¡No insista!”. La escena cruzó por mi mente como un cortometraje. Mientras sonreía, me pregunté por qué los dueños de la casa 152 no ponían un número más grande en la fachada; pero como eso daba para otra ficción preferí seguir pensando en mis asuntos.

Encontramos dos fuerzas que se oponen: por un lado, la de insistir hasta conseguir algo; por el otro, la de carecer de paciencia para negar una y otra vez lo que se nos pide. Cada una de ellas merece una reflexión.

Se dice que los mexicanos somos agachones, que aceptamos sin reclamar lo que se nos impone, que no sabemos obtener lo que queremos o, peor, aún, lo que nos merecemos. Un ejemplo clásico —y doloroso— de esta actitud es cuando alguien nos hace un trabajo y, a la hora de preguntarle cuánto es el costo de su servicio, nos contesta con: “lo que sea su voluntad”. Por esa mala costumbre de algunos, el resto de los mexicanos que no quieren quedar a la voluntad de los demás, han aprendido a insistir las veces que sea necesario para alcanzar lo que buscan. Un ejemplo son los trámites burocráticos. Casi siempre, la primera vez que uno va a una oficina para realizar una gestión, se encuentra con una multitud de obstáculos. La única manera de lograr el cometido es insistir una y otra vez, ganarle por cansancio al que nos dice que no cuando le solicitamos algo. La terquedad tiene su premio. Lo hemos constatado innumerables veces. Como muestra basta un botón: el actual Presidente no cejó en su empeño de ocupar la silla presidencial hasta que logró su cometido. Si le hubiera hecho caso a quienes le decían que no insistiera, ahora estaría tomando el sol en su rancho.

Por otra parte, todo indica que a los mexicanos nos pesa mucho decir que no. Por eso mismo, en numerosas ocasiones, decimos que sí nada más para salir del paso. Es célebre la fórmula autóctona de decir que sí, pero no decir cuándo. Una especie de “no insista” lleno de ambigüedades, que se posterga para un momento indefinido en el futuro. La pesadilla mexicana es encontrarse con alguien que no entiende que hay síes que en realidad son noes y vuelve a pedirnos lo que no quisimos darle antes. Como si todos los días se presentara en la tienda de abarrotes la persona a la que ayer se le dijo que volviera mañana para que se le fiara. Para evitarse esas molestas situaciones los mexicanos pegamos el letrero de “¡No insista!” por todos lados. Yo también quisiera tener uno de esos letreros, pero para ahuyentar otras visitas desagradables, como las traiciones, las calamidades y las miserias.