a

Vida endulzada. La música

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

A los alimentos se les endulza para hacerlos más apetecibles. Cualquiera —o casi cualquiera— estaría de acuerdo en que es preferible comer algo dulce que algo insípido o, de plano, algo que sepa feo. No debe extrañarnos, por lo mismo, que la industria alimenticia abuse del azúcar y los edulcorantes para vender sus productos. Los seres humanos tenemos una predisposición por lo dulce grabada en nuestro código genético. La epidemia global de diabetes es la triste consecuencia de la suma de aquel abuso y aquella predisposición.

El lienzo Los cinco sentidos (detalle), de Abraham Bosse.Foto: Especial

Pero no quiero hablar aquí de la comida, sino de la existencia toda. Los seres humanos no sólo endulzamos los alimentos, sino que también, dicho de manera metafórica, buscamos endulzar nuestras vidas y el mundo que nos rodea. A veces, como con los alimentos, lo que se dulcifica es lo que nos resulta insípido, otras veces, los que nos resulta amargo.  

 Hay una forma de vida muy estricta que se niega a endulzar cualquier aspecto de la realidad. Como quien dijera que hemos de comer los alimentos tal y como son, sin añadirles nada adicional, hay quienes afirman que no debemos endulzar los sucesos de la vida, por duros que sean, por secos que resulten, por amargos que parezcan. ¡Las cosas como son!, diría quien sostuviera esta doctrina. Es mejor conocer la realidad sin afeites que disfrazada para que nos parezca menos ruda, seca o dura. 

 Por ejemplo, quienes piensan de esa manera se oponen al uso del diminutivo para endulzar las cosas, como cuando decimos: “Le salió un tumorcito en el estómago” o “Le dio un rayoncito al coche” o “Le pegaron en la cabecita”. ¡Las cosas como son!, insistirían: “Le salió un tumor en el estómago”, “Le dio un rayón al coche”, “Le pegaron en la cabeza”. ¡Al pan, pan y al vino, vino!, como dice el refrán.

 ¿Por qué habríamos de resistirnos a endulzar la vida? Una respuesta es que cuando se dulcifican las cosas, ya sean las malas o simplemente las indiferentes, falsificamos la realidad. Quienes no quieren que se les endulce la vida quieren conocer la verdad y sólo la verdad, por áspera o dolorosa que sea. En efecto, hay ocasiones en las que se endulza lo malo, lo violento o lo injusto para disfrazarlo. Podría decirse que, en estos casos, el endulzamiento es una modalidad del engaño, de la mentira. El veneno más letal es el que sabe dulce. Pero hay otras ocasiones en las que quien endulza las cosas no pretende mentir ni engañar ni dañar a alguien, sino simplemente ofrecer una media verdad. A veces, las medias verdades son el primer paso para aceptar las verdades plenas que nos resultan difíciles de digerir. No obstante, se respondería que cuando hay que resolver un problema es preferible conocer las cosas tal y como son, sin afeites, para saber qué hacer de inmediato. Eso sucede, por ejemplo, en las guerras. Un general necesita que le informen sin florituras las dificultades a las que se enfrenta para poder tomar las decisiones correctas.  

 Concediendo todo lo anterior, yo sigo pensando que no es reprobable endulzar la vida. Podría decirse que una diferencia entre los animales y los seres humanos, es que mientras que ellos padecen las desgracias de la existencia con toda su brutalidad, nosotros hemos encontrado la manera de endulzar las miserias y las tragedias por medio de la inteligencia o, mejor dicho, del espíritu. 

 No siempre que se endulza la existencia se engaña o se miente o se ofrece medias verdades. Como ejemplo de lo anterior, podemos considerar el caso de la música. La música nunca engaña, nunca miente, nunca nos ofrece una verdad a medias. La música endulza la existencia sin arrebatarnos nada, sin pedirnos nada a cambio. Por eso, cuando la música acompaña nuestras derrotas o nuestras miserias, sentimos que esas derrotas y esas miserias, sin dejar de ser malas o terribles, ya no lo son tanto, no por un engaño, sino porque adquieren un sentido diferente que las hace menos inaceptables para el alma. Escuchar una melodía que nos recuerda una desgracia, incluso si esa melodía nos hace llorar y nos estruja el corazón, hace que esa desgracia sea menos cruda, menos sorda, es decir, menos inhumana.