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Julia Santibáñez

En qué se parecen esta Utora y un chef

LA UTORA

Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Los dos malabarean sabores y texturas, texturas que se mastican con la mirada, algunas de volumen perturbadoramente bajo (uno las quisiera más presentes, pero de estarlo echarían a perder el plato: deben apenas figurar). El chef y La Utora saben que evitar la insipidez demanda minuciosidad. Cocción a fuego lento.

Asomarme a otras disciplinas permite ver distinto mi trabajo diario con palabras. Le resta comodidad doméstica. Pasear por un jardín inédito me cuestiona, la búsqueda de similitudes abona a la sorpresa. Así encuentro que comparten temperatura un texto bien sazonado y un potaje exacto de sal. Exigen maestría similar. Entusiasmo idéntico.

De madrugada (no siempre, pero muchas veces de madrugada) una mano lenta de cocinero o poeta busca los ingredientes que convienen. Los palpa. Los sopesa en el hueco de la mano. En el silencio del hueco de la mano. Elige los que están en su punto, sin importar el precio. A partir de su experiencia con aciertos y errores (sobre todo errores, ni modo), los pone en la mesa limpia y les permite desprender su círculo de aromas, mientras atiende el juego. El fuego. Después los combina en el orden que la materia va pidiendo. Le es indispensable abrirse de capa a la improvisación y fusionar componentes que en teoría no se llevan para, poco a poco, crear algo nuevo. Valioso. El afán último es servir una mezcla que “cambie la percepción de quien come, de quien lee”, señala el español Benjamín Prado sobre el espejeo entre escritura y gastronomía.

Los borramientos de fronteras me oxigenan. En esta columna exploré, en febrero de 2021, puntos de contacto entre practicar yoga desde 2011 y escribir poesía desde hace casi cuatro décadas: “En ambos exploras tu propio terreno: a menos que te tires de cabeza a intentarlo por años, con rigor, no sabes qué puedes lograr. Y los dos te ubican en la realidad, porque si bien hay una distancia descomunal entre dónde estás y adónde quieres llegar, te acercas un paso cada vez que te ejercitas. La disciplina es innegociable tanto en el Trikonasana como con las palabras”. Y aquí sigo, en la doble necedad de plegarme como origami y escribir versos de luz.

Al toparme con esta otra analogía no aguanto dejarla fuera: “Dicen que, al atardecer, el cocinero Michel Bras llevaba a sus ayudantes a la terraza de su restaurante en la campiña francesa y los obligaba a permanecer allí hasta que el sol se ocultaba en el horizonte. Y entonces, señalando el cielo, les decía: ‘Muy bien: ahora vuelvan a la cocina y pongan eso en los platos’”. Lo cuenta Leila Guerriero en Zona de obras. La Utora ve la cara del alumno poco espabilado: “¿Que hagamos qué?”. Unos pocos lo intentan. Alguno está cerca de lograrlo.

El trabajo creativo es un privilegio por retos así. Arrogantes.