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Julio Trujillo

Grazie, Poggio

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
 
Por:

En 1417, el humanista florentino Poggio Bracciolini, hombre alto que trabajaba a las órdenes del Papa en el monasterio de San Gall, cazador de manuscritos olvidados con la desinteresada misión de copiarlos y rescatarlos para la humanidad, descubrió en un monasterio alemán ni más ni menos que el gran poema científico de Tito Lucrecio Caro, De rerum natura, en el único ejemplar que había sobrevivido de una obra escrita en el siglo primero antes de Cristo. Bracciolini no pudo imaginar la influencia que ese texto iba a tener en el Renacimiento italiano y europeo, y de hecho en todo el desarrollo del mundo moderno.

El absolutismo monoteísta del medievo sería enterrado por las ideas “peligrosas” que el poema contenía, por su naturalismo, su racionalismo y su materialismo, pero no sólo por eso. También por su reposada y luminosa meditación sobre la belleza del mundo y sobre la posibilidad de aceptar, serenamente, la muerte. Pero no sólo por eso. También, y sobre todo, por su articulada y compleja estructura conceptual para pensar la realidad. En Lucrecio no hay temor a los dioses, no hay jerarquías cósmicas ni una distinción entre el cielo y la tierra. Lo que sí hay es un profundo amor a la naturaleza y el reconocimiento de que somos parte orgánica de ella, nudos del tejido. Hay en su poema un profundo universalismo y la aspiración (¡ambiciosísima!) a pensar el mundo en términos sencillos. Hay una gran vocación de investigación, de curiosidad ordenada. Y, claro, hay herramientas conceptuales y científicas tan atinadas que sobre ellas construirían sus teorías Galileo, Kepler y Newton: la idea del movimiento libre y rectilíneo en el espacio, la idea de los cuerpos elementales (átomos) en cuya combinación se teje la compleja realidad, la idea del espacio como contenedor del mundo. Sin olvidar su apasionada defensa de la noción de que la existencia puede ser serena incluso si es limitada, de que no debemos temer a la muerte precisamente porque no hay nada después de ella.

Se me olvidaba (no es cierto): es también, tal vez en primer lugar, un hermoso poema cargado de sentido. Aquí un fragmento en la traducción de José Marchena:

El tiempo no subsiste por sí mismo:

la existencia continua de los cuerpos

nos hace que distingan los sentidos

lo pasado, presente y lo futuro.

Ninguno siente el tiempo por sí mismo,

libre de movimiento y de reposo.

La ciencia de Lucrecio está en favor del hombre y en contra de las tonterías de la religión e incluso en contra de la ilusión del amor, pero es justamente en esa limitación, en ese descubrirnos demasiado humanos, donde la vida se deja ver con mejor nitidez y más belleza, pues la recorta nuestra fatalidad. Es cierto que el poema de Lucrecio, en su afán más didáctico, es un eco de las enseñanzas de Epicuro, ¡pero qué eco!, un canto que nunca se deja abatir por la certeza de que no somos nada, sino que, justamente por esa perspectiva, crece con el orgullo de un átomo que se reconoce como tal: un ser humano. Y ese ser humano es perfectamente libre en medio de la tormenta cósmica: es libre porque conoce su destino y lo afronta sin temor.

Grandes enseñanzas las de un solo poema que pudo haberse perdido para siempre si Poggio Bracciolini no lo hubiera salvado para todos nosotros.