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Postscript

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El miércoles pasado murió, a los 69 años de edad, el poeta escocés John Burnside, y con él la lengua inglesa perdió a uno de sus valedores. Fue un poeta tremendo, con una conexión directa con el mundo natural, casi diría que ecologista si ese término no tuviera una carga new age y proselitista a las que Burnside era totalmente ajeno.

Pero hablaba con los árboles y las abejas, y había un sentido de urgencia en el color de su voz, como si pudiera sentir en la sangre el colapso de nuestros ecosistemas. Dos de sus mejores libros son The asylum dance y The light trap, y también escribió unas memorias brutales en las que cuenta los abusos de un padre alcohólico: A lie about my father. También fue cuentista y novelista. Su tema era él mismo en el mundo, frente a él, con él y a veces contra él, reconociendo su magia y también dejándose tentar por sus abismos (los abismos de la adicción). Digo tremendo porque no tenía pelos en la lengua ni complacencia alguna con la fraternidad hipócrita de sus lectores ni, por supuesto, consigo mismo, desdoblándose con frecuencia para estudiarse como si su propia vida se tratara de una “lección de anatomía”. No uso ese símil gratuitamente: en el apogeo de la pandemia que azotó al mundo hace cuatro años, a Burnside le falló, coincidentemente, el corazón, y fue a dar a un pabellón de infectados por el virus donde los doctores lo desahuciaron. Su corazón, sencillamente, se detuvo. En esos minutos de muerte, sin pulso ni latidos, el poeta se vio a sí mismo como un enorme fardo de carne sobre una plancha metálica, rodeado de doctores que parecían hormigas gigantes. Era un cuerpo nada más atravesando el río Estigia rumbo al inframundo. Pero Burnside regresó, muy lentamente, a lo largo de seis días en los que estuvo internado en ese tétrico pabellón. Un poema de Emily Dickinson, que venía muy a cuento, lo acompañó en la memoria, aquel que comienza “Porque no pude detenerme ante la muerte / amablemente ella se detuvo para mí”. Y varios poemas suyos se gestaron en ese trance de muerte, entre otros “Ma Boheme”, “Preparativos para el verdadero apocalipsis” y “Postscript”, que aquí traduzco al vuelo en memoria del poeta ido,

pero siempre presente:

Una tarde como cualquier otra,

/nubes de tormenta

detenidas sobre el campo, el ganado

/de mi vecino

reunido en un rincón de

/su dominio,

un último tractor en retirada,

su luz difuminándose en la lluvia

/de verano.

Algo se acerca, algo no visto aún,

/pero sentido,

antes de que la noche nos

/envuelva

y las vacas emprendan su salida,

desconcertadas, o desinteresadas,

o simplemente soportando

/la tormenta,

y yo estoy aquí con ellas y también

en otro sitio, contemplando

/más allá

del horizonte, como si un

/mundo mejor

fuera posible.

Tuve la oportunidad de conocer a Burnside en la Residencia de Estudiantes de Madrid hace un par de décadas. Me pareció tímido, pero no al momento de leer sus poemas, en los que, sí, parecía que un mundo mejor era posible.