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Julio Trujillo

Wislawa Szymborska no sabe

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Ayer fue el centenario de la pequeña gran poeta Wislawa Szymborska (2 de julio de 1923-1 de febrero de 2012), a quien el noventa por ciento de nosotros desconocíamos antes de que le dieran el Premio Nobel en 1996 (“noventa por ciento” de inmediato me recuerda su poema “Contribución a la estadística”, cuya lectura recomiendo).

Digo “pequeña” por la modestia de su retórica, por la sencillez de pan de cada una de sus palabras, y “gran” porque, en conjunto, esas palabras abarcaron mundos y tocaron los temas más complejos desde una envoltura sobria y transparente. Grandísima ella, expansiva, forjada con esa resiliencia polaca que primero soportó la ocupación nazi y después el autoritarismo comunista. En sus poemas siempre hay una enseñanza, se siente (no sin vértigo) el peso y paso de la Historia y el paso y peso del Tiempo. Un ejemplo, el multicitado “Tres palabras notables”, en traducción de Gabriel Zaid:

Cuando termino de pronunciar futuro

la primera sílaba ya está en el pasado.

Cuando digo silencio

lo desdigo.

Cuando hablo de la nada

se vuelve algo.

Pasamos de un juego casi infantil a una seriesísima investigación metafísica, pero jamás con grandes gestos o aires de sabiduría. Ella misma lo ha dicho así, en una línea que es una poética: “Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas respuestas”. El título de su discurso de recepción del Nobel es más que elocuente: “No sé”. Comparto unos fragmentos de dicho discurso para celebrar a la poeta:

—Se dice que en un discurso lo más difícil es siempre la primera frase… Bueno, ésa ya ha quedado atrás.

—El burócrata o los pasajeros del autobús reciben con cierta perplejidad e inquietud la noticia de que están tratando con un poeta. Sospecho que los filósofos también producen semejante inquietud. No obstante, ellos se encuentran en mejor situación, ya que generalmente pueden adornar su profesión con algún grado académico. “Profesor de Filosofía”, ya suena mucho más serio. No existen profesores de poesía.

—Hace poco, en las primeras décadas de nuestro siglo, a los poetas les gustaba escandalizar con su ropa extravagante y con un comportamiento excéntrico. Aquéllos no eran más que espectáculos para el público, ya que siempre tenía que llegar el momento en que el poeta cerraba la puerta, se quitaba toda esa parafernalia: capas y oropeles, y se detenía en silencio, en espera de sí mismo, frente a una hoja de papel en blanco, que en el fondo es lo único que importa.

—La inspiración, cualquier cosa que sea, nace de un perpetuo “no sé”.

—Cualquier tipo de saber del que no surgen preguntas muy pronto muere, pierde la temperatura propicia para la vida.

—También el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente “no sé”. Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria. Entonces prueba otra vez y otra vez, para que a las sucesivas muestras de su insatisfacción consigo mismo los historiadores de la literatura las sujeten con un clip enorme para denominarlas “La Obra”.

—En la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y, sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo. Todo indica que los poetas tendrán siempre mucho trabajo.