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Montserrat Salomón

Una democracia rota

POLITICAL TRIAGE

Montserrat Salomón
* Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
 
Por:

Una vez más vivimos un enero candente para la democracia. A dos años del asalto al Capitolio en EU, hemos vuelto a ver escenas de violencia perpetradas por grupos de ultraderecha en Brasil que se niegan a la transición pacífica del poder. Jair Bolsonaro se empeñó en ser un Trump latinoamericano en sus desplantes y rabietas. Ahora sus seguidores han hecho lo propio al tomar las sedes de los tres poderes en Brasil, haciendo lujo de violencia y mostrando que la democracia es más endeble de lo que nos gustaría pensar.

Aunque Bolsonaro prefiera jugar golf en la Florida que cumplir su deber asistiendo a la transición del poder, su mano puede percibirse bajo las movilizaciones en Brasil. Su discurso de odio, su apoyo a las teorías de conspiración y su renuencia a aceptar los resultados de las urnas fueron el combustible de este intento de rebelión. Si bien su partido se ha deslindado de los hechos y él ha hecho una ridícula y débil declaración de rechazo a la violencia. Es responsable de fomentar un ambiente de crispación y de dejar un país roto, dividido y confrontado.

Sabemos que Bolsonaro fue simpatizante de la dictadura y que escenas como las vividas en los últimos días no sólo no le asustan, sino que le complacen. El exmandatario en varias ocasiones hizo apología de la violencia y se manifestó partidario de la mano dura para mantener la ley y el orden. Sin embargo, ahora que las urnas le propinaron una derrota, sus seguidores han sembrado el caos. ¿Por qué será que estos férreos defensores de la legalidad son los primeros que salen a las calles violentamente cuando los resultados no les favorecen?

Brasil afronta una transición complicada. Si bien un cambio de partido en el poder siempre implica cierta inestabilidad política, la herencia de Bolsonaro complica más las cosas. Es cierto que Brasil está dividido, pero ahora también está roto. Independientemente del signo político que se tenga, los brasileños han de defender su democracia si quieren vivir en paz y tener oportunidades de progreso. La violencia no deja nada bueno y el peligro de dañar la democracia y retroceder a tiempos convulsos como los de la dictadura es real.

Lula tendrá que ser un genio de la diplomacia para hacer justicia sin tensar aún más los ánimos. La democracia tiene que defenderse y habrá que investigar los hechos sucedidos. Sin embargo, Lula tendrá que hacer malabares para lograr que estas acciones sean, efectivamente, pacificadoras y no incitadoras. Si logra tomar un rumbo moderado, seguramente se hará con el apoyo del centro político y de aquellos que quieren una democracia sana y vibrante.

Brasil no merece escenas de violencia. Nuestro continente ha visto demasiada sangre correr. Es momento de buscar la paz y la conciliación.