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Salvador Guerrero Chiprés

El abrazo de Pinocho

CIVITAS

Salvador Guerrero Chiprés
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Cuánta necesidad de ser nosotros mismos con todos los riesgos, incluso criminales. En circunstancias ajenas a nuestro control, por nuestra percepción del entorno, nuestras limitaciones y las injusticias reales o percibidas. Por la vida en su torrente y sus enjambres de situaciones, mar, aventura, milicia y muerte.

Desde las lecturas y reflexiones de todos quienes leemos y aportamos nuestra postura solitaria al diálogo con los que ya no existen, los que somos y los que ya no seremos, no podemos sino advertir una exacta coincidencia con la aseveración, al menos para mí común hace algunas décadas, de que lo que hace bella a la vida es su fugacidad.

Es de un refinamiento tan amable y didáctico que a la versión de El Pinocho propuesta por Guillermo del Toro, donde aparece de nuevo esa conclusión sencilla y definitoria, pueden agregarse otras lecturas de la obra de Carlo Collodi.

En su camino hacia su humanidad, al sacrificar por rescatar a su padre la posibilidad de la inmortalidad, el niño de madera enfrenta en la búsqueda de su identidad personalísima los peligros y la crueldad; los riesgos de la manipulación y el autoritarismo; el accidente y la muerte de los otros a quienes se quiere.

Pero no es automático. Todo lo detona el ser considerado, señalado, acusado, de ser “una carga” para la paciencia del otro, su economía, su tiempo, su lastimada construcción de la otredad y del pasado que predomina en la casa.

En la mirada de este siglo hacia la explotación laboral infantil, podría entreabrirse en la película como objeto referible por la película. Víctima es Pinocho no solamente de su espontánea determinación, su aventurada frescura o ilimitada confianza, la cual le impide distinguir dónde se hallan expectativas realistas y las que no lo son, paradójicamente, la misma carencia y virtud que le permite trascenderse.

Víctima es de ser considerado un problema, de querer acercarse al centro del afecto y de que al intentarlo sea situado en el camino del abismo. La cinta de Del Toro coloca a la infancia y, con ella, a todos los niños que somos, de cara ante la muerte, la fugacidad, el afecto y el amor. El abrazo.

El Conde Volpe es el malvado dueño de la carpa donde Pinocho es explotado. “Te hemos elegido para ser parte de la fantástica y despreocupada vida del carnaval como la estrella de mi show de marionetas”, le dice el villano al deslumbrado e incomprendido niño-muñeco.

Las víctimas infantiles de explotación provienen de lugares donde doméstica y socialmente son vistos como “una carga”. Conceder la oportunidad de una vida real propia, con familia, oportunidades y afectos disminuye radicalmente el impacto de los organismos criminales encabezados por los Conde Volpe del mundo.

Aprecio ver a la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, cuando abraza a los menores, no creo que lo haga con un propósito ajeno al de extender la que percibo es su vocación educadora contra la desigualdad y las condiciones que convierten en cargas a niñas y niños.