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Valeria López Vela

Estruendo silencioso

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

En los últimos tiempos, han llamado mi atención ciertas manifestaciones de activistas para llamar nuestro interés. Lo hacen vandalizando monumentos —como las feministas en Ciudad de México—, obras de arte —como los ecologistas de Just Stop Oil en los museos de Europa— o interrumpiendo en los partidos de futbol —como los derechos humanos en Qatar—.

Lejos de censurar o reclamar dichas irrupciones, lo que noto es que el mensaje no termina de llegar a la sociedad pues, en lugar de tomar acciones para detener los feminicidios o el cambio climático, la discusión pública deriva en palabrerías sin oportunidad alguna de mejora o cambio.

Sospecho que la estridencia de los medios de comunicación y las redes sociales lograron trivializar las discusiones sociales importantes, envolviéndolas en la inmediatez  y en la superficialidad del momento. Con suerte, encontramos en las redes sociales fotografías instantáneas, de baja calidad, de la peculiaridad de una irrelevancia notoria. Pero no mucho más; el público también se ha acostumbrado a esto y no quiere ni puede pedir más.

En ese ecosistema, la protesta, el disenso o la batalla por las mejores ideas se asfixia pues no hay discurso que resista el golpe de un slogan, la frivolidad de una mentira o la sorna de una descalificación.

Por ello, en un intento desesperado por detenernos a reflexionar sobre los problemas sociales, los activistas han abandonado el discurso y han optado por la actuación. Desafortunadamente, sus irrupciones tampoco han encontrado eco pues se enfrentaron a un público aturdido por la palabrería mediática.

Las recientes expresiones activistas aprovechan el foco de atención de los monumentos, las obras de arte o el deporte para visibilizar problemas sociales importantes; sin embargo, a la audiencia le ha parecido que son la estética y el entretenimiento más importantes que la agenda de las mujeres o el calentamiento global.

Martin Heidegger había adelantado este escenario. En Ser y Tiempo, el filósofo había escrito que los hombres que no van “al fondo de las cosas”, que son insensibles a todas las diferencias de nivel, confunden el habla con la publicidad —el artilugio del habla que oscurece todas las cosas y presenta lo así encubierto como cosa sabida y accesible a cualquiera—; de este modo, los hombres viven una existencia inauténtica, que consiste en actitud errante que se conforma por la novedad, las opiniones anónimas, la ambigüedad y la avidez de novedades.

Más allá de las consideraciones éticas, las implicaciones políticas son riesgosas pues en lugar de componer una sinfonía pública con acuerdos bajo un horizonte de racionalidad y excelencia, tenemos una desbandada polifónica que no respeta orden, partitura ni pauta. Esto, como es de esperarse, impide la construcción de un espacio público guiado por la razón y por la razonabilidad humana y nos deja a merced de la barbarie. Y no, los activistas no son los bárbaros sino los heraldos de los tiempos que vienen.