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La masa acosadora

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Tras la respuesta del gobierno de Netanyahu frente a las atrocidades del 7 de octubre, cometidas por Hamas, en términos generales, el mundo se ha dividido en dos posiciones maniqueas, irreconciliables y multiplicadoras de la violencia.

Por un lado, se encuentran los defensores a ultranza de los gazatíes. Para ellos, la violencia de Hamas no es razón suficiente que explique la respuesta del estado de Israel; señalan un genocidio basado en cifras ofrecidas por el grupo terrorista; esto, en medio de la ola de desinformación y ataques continuos.

Por otro lado, está el gobierno de Israel que ha lanzado un ataque agresivo, con una superioridad militar notable, que en cada incursión arrasa con ciudades poniendo en situaciones inimaginables a los gazatíes.

Esto se explica por la propaganda que habitualmente rodea a los conflictos armados, con la peculiaridad de los tiempos de la posverdad y los prejuicios que rodean a los grupos involucrados.

En medio de esto, en varias universidades del mundo ha habido protestas en contra de las acciones militares de Israel; tal como en otras ocasiones, los universitarios han tomado postura simplificando un problema que es todo menos sencillo.

Los manifestantes hablan de genocidio; la contraparte habla de antisemitismo. Y sobre ese tenor la polarización hace intransitable lograr acuerdos sensatos o solicitudes razonables.

Algunos manifestantes de las universidades, en mi opinión, han caído en lo que Stanley Cohen y Jock Young definieron en 1972, como pánico moral: un fenómeno social en el cual un grupo de personas o toda una sociedad experimenta un miedo intenso e irracional ante una supuesta amenaza percibida como inminente y grave.

El resultado se integra de la siguiente forma: la suma de un conflicto complejísimo, más la propaganda, más la simplificación y demonización de las partes, más las noticias falsas, más la necesidad de relevancia hacen que la discusión sea imposible. Y no es lo que quisiéramos.

Sin duda, es urgente una salida al conflicto. Pero el ataque corrosivo a una participante de un concurso musical, la descalificación de un orador en una graduación por su religión o el doble estándar en el trato hacia profesores universitarios no contribuye en nada: no aporta una sola idea para restablecer la paz en la zona.

Pelear por la dignidad de unos y de otros no —sean del bando que sean— es moralmente insostenible y pragmáticamente inútil: la situación de las víctimas no ha mejorado ni un ápice después de los campamentos.

Imagino otro tipo de manifestaciones universitarias; pensemos que los estudiantes se reunieran para preparar un plan de economía, reconstrucción de ciudades o sistemas hídricos para la recuperación para los gazatíes; o que lanzaran un decálogo de conducta dentro del campus pero que, a diferencia de los actuales, no se usara para linchamientos ni persecuciones sino como guía de conducta individual. O ya, más sencillo, que pidieran el cese al fuego, a ambas partes, hasta que se logren acuerdos razonables en mesas de negociación.

El sensacionalismo o la politización de la discusión solamente alimenta a la masa acosadora, esa que describió tan bien Elías Canetti.