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Valeria López Vela

Religión y poder

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Hace unos días, el INE aprobó el registro como agrupación política nacional de la organización Humanismo Mexicano, bajo la guía y liderazgo de la Iglesia de la Luz del Mundo. En principio, el vínculo tan cercano entre una asociación religiosa y un movimiento político es complicado, pues va en contra del principio de laicidad del Estado.

La separación de poderes, propuesta desde el siglo XVIII por Rousseau, ha facilitado la convivencia entre ciudadanos con convicciones distintas, pero respetuosos de las mismas leyes del estado que los acoge. Este principio, además, puso fin a las guerras de religión y limitó —parcialmente— a los gobiernos teocéntricos.

Volver a andar los caminos en los que las creencias y el poder se confundían es, por donde se mire, indeseable. Las religiones, hoy, están siendo desplazadas por visiones más amplias que se denominan “prácticas espirituales” y que se concentran en herramientas individuales más que en estructuras sociales o de poder. Estas nuevas maneras son compatibles con las democracias liberales, en donde la separación entre la esfera pública y la privada permite la convivencia plural y respetuosa entre ciudadanos diversos.

El caso de la Iglesia de la Luz del Mundo es terrible. El líder Naasón Joaquín García, “el apóstol de Jesucristo” como se hacía llamar, fue sentenciado en Estados Unidos por tres casos de violencia sexual. El apóstol logró un acuerdo con la fiscalía y evadió ser juzgado por otros 33 casos. Se trata, sin duda alguna, del mayor depredador sexual religioso de México.

Los testimonios de las víctimas fueron desgarradores, porque mostraron la manipulación de las conciencias, el uso descarado de las creencias de las personas, para tener beneficios sexuales. Y eso, en otra dimensión, es lo que debe preocuparnos de que los grupos religiosos se conviertan en partidos políticos pues, no es más que un disfraz para ejercer el poder que no han sabido manejar.

Como sabemos, la violencia sexual no es más que un acto de dominación; más que placer sexual, el agresor busca la sensación de humillar, de subyugar, de ejercer poder indiscriminado sobre otra persona. Al hacerlo, convierten a la crueldad en el criterio de sus coordenadas morales.

Sabemos, además, que los actos de violencia sexual en la Iglesia de la Luz del Mundo ocurrieron frente a la mirada de varias personas quienes primero fueron víctimas y, después, se convirtieron en cómplices. Así, crearon una ética de la complicidad que tomará décadas extirpar de la organización. Lo mismo puede decirse de las otras organizaciones religiosas con casos de violencia sexual —abuso, pederastia, violación—.

Con estos antecedentes, y considerando los principios del laicismo mexicano, es claro que no es deseable la cercanía entre esta Iglesia y ninguna agrupación política. Mucho me temo que lejos de abonar a las discusiones nacionales, en vez, trasladarán la mecánica del uso de poder que tanto daño ha hecho a su organización. Aunque aún no estén listos para asumirlo, reconocerlo y repararlo.