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Valeria Villa

Sobre la culpa

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

A la niña se le pide que guarde un secreto: su padre tiene otra pareja además de su madre; la madre guarda dinero pero no quiere que el padre se entere; su hermana tiene novia, es lesbiana, pero le pide que guarde silencio, que no se lo cuente a los padres. Es así como se siembra la semilla de la culpa en la mente infantil.

La culpa estructura la conciencia moral desde los primeros años y es una compañera de vida, a veces necesaria, a veces compulsiva, a veces omnipresente, a veces como vehículo de placer al involucrarse en asuntos ocultos, clandestinos, que le recuerdan al adulto el niño con miedo del castigo. Se dice que la terapia busca, como uno de sus objetivos universales, aligerar la culpa. Para este fin, hay que cuestionar la consigna de cumplir con los demás, de jamás decepcionarlos, y dejar de pensar primero en los otros que en uno mismo. Que la terapia sirve para mandar a los otros al diablo es verdad en cierta medida. La liberación de las expectativas ajenas es una forma de la cura emocional.

La culpa une a la terapia con la religión. La persona tiene que sentirla para considerarse dentro de la ética. Sentir dolor por las consecuencias de sus actos y buscar la redención, la reparación del daño. El consultorio o la reunión de Zoom son el nuevo confesionario. Los pacientes vienen a confesar, después de unos meses, todo lo que los avergüenza, de lo que se arrepienten, lo que hubieran preferido olvidar, el daño que creen haber infligido en otros o la culpa que creen que deberían sentir sus exparejas, padres y examigos.

El sentimiento de deuda es estructurante en la cultura judeo-cristiana. Siempre le debemos algo a Dios, porque somos pecadores y él nos perdona sin merecerlo. Esta idea la trasladamos a los vínculos terrenales: nos deben o debemos. La culpa psicológica proviene de la autoridad familiar: de una instancia que casi siempre son los padres, que encarnan al superyó del individuo. El superyó de la persona es el de los padres o una formación reactiva a la falta del superyó de un padre o una madre caóticos, laxos o inmorales.

La verdad es que, a diferencia del confesionario, la terapia no se trata sólo de que el paciente se sienta bien consigo mismo y se libere de su conciencia moral. A veces la culpa es lo único congruente que sentir cuando se ha lastimado a alguien. Las terapias de apoyo o la autoayuda son las únicas que afirman que si tú te sientes bien, todo está bien y peor para los demás. Que es sano dejar a un lado lo que los demás quieren y sienten.

Claro que es pertinente la pregunta ¿qué es lo que tú quieres? pero no deberíamos olvidar que siempre nos construimos, reparamos y crecemos junto a los demás. Esas personas que nos quieren son tan importantes como sentirse bien y en paz con una misma.

Hay una obsesión con la felicidad entre quienes hacen terapia. Quieren ser felices, encontrar la paz, desear poco. Casi un proyecto espiritual como el de la religión. La terapia que trabaja con lo inconsciente está lejos de orientarse hacia este objetivo. No se trata de que la persona sea feliz sino de que su miseria sea menos intensa. Se trata de que se mienta menos, que viva mejor, que ame mejor, que rompa la creencia narcisista de que todo lo ha hecho bien y son los demás quienes no lo reconocen. Si lo que se desea es liberarse de la culpa y encontrar la paz y la felicidad, habrá que recurrir a una terapia de apoyo que no confronte con las partes desagradables de la personalidad. Seguramente es posible encontrar a alguien que te diga todas las veces que lo necesites: tú estás bien y los demás mal.

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