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Valeria Villa

El síntoma

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Por:

La palabra síntoma puede entenderse por lo menos desde 3 perspectivas: la médica, la psiquiátrica y la psicoanalítica. Para la última, todo puede ser un síntoma, si se trata del cumplimiento de una satisfacción pulsional transformada.

La pulsión es la forma más primitiva de una necesidad que ha de conectarse con un objeto para convertirse en deseo. Si esa pulsión no se conectó con nada, invade al ser. El ejemplo más sencillo es un bebé que tiene hambre y no hay una madre que lo alimente. Éste es el paradigma de la angustia como síntoma. La pulsión es biológica, el deseo es psíquico. Es hasta la formación del deseo que se puede hablar de la fantasía inconsciente, que es una función del yo, esa estructura que media lo biológico y lo psíquico. Freud afirmó en Inhibición, síntoma y angustia (1926) que el síntoma siempre se deriva de un conflicto sexual. Sexual como Freud lo entendió, se refiere al deseo de vínculos amorosos, que incluyen la sexualidad. ¿Qué conflicto puede ser más emblemático que no ser amado por el objeto primario? El síntoma protege de este conflicto fundamental. Es una transformación del deseo esencial de que nos quieran, que no puede ser actuado de forma explícita porque la realidad impone límites pero también la moral. Hay cosas que se permiten y otras no. Quizá todo síntoma es una búsqueda simbólica de amor y aceptación. Un mensaje oculto en los rasgos de la personalidad, actitudes, formas de malhumorarse, inexpresividad emocional, etc. Un síntoma muy común y con una carga neurótica muy alta es la culpa. El niño siente agresión porque sus seres amados lo frustran, porque el medio ambiente no cede ante su omnipotencia. La agresión está prohibida, penada por la religión que considera a la ira un pecado capital y que nos ordena honrar a nuestros padres. La culpa es agresión que se regresa a quien la siente para salvar al yo del desamparo que resultaría de odiar y destruir a los objetos que lo frustran, pero a los que también ama. Soy malo, todo es mi culpa, debo salvar a los otros de mí, son ideas que rondan la mente del neurótico que se siente culpable de todo. Si el síntoma salva al yo del desamparo, no puede erradicarse o extirparse, porque es inconsciente y porque resuelve un conflicto mientras el deseo no pueda satisfacerse de otro modo.

La pregunta ¿para qué el síntoma? es un camino mucho más interesante y útil. Anhelar la disminución o desaparición del síntoma sólo lleva a la desesperación, particularmente en el contexto terapéutico. El paciente y el terapeuta que se unen para insistir en su erradicación suelen encontrarse con la desilusión y a veces con la hostilidad de culparse el uno al otro. El paciente al analista por su falta de efectividad y el terapeuta al consultante porque no se le ven intenciones de cambiar. La enfermedad física, como síntoma, puede ser un refugio. Cuántas veces nos pasan cosas, justo ese día. Nos da migraña, se nos descompone el estómago, se nos rompe un diente, justo ese día que aparentemente queríamos que llegara. Esta afirmación es contraintuitiva, pero el hecho es que muchos malestares físicos y psíquicos son por algo y para algo. Muchos niños se enferman porque es la única forma de obtener un poco de atención y ternura de los padres. El problema de conducta infantil y adolescente es una denuncia, un mensaje de que algo en el sistema familiar o en el social está podrido. Preguntarse porqué un hijo es así, tan difícil, es intentar deslindarse de responsabilidad.

El terapeuta que piensa en lo inconsciente no debería ser sólo comprensivo con los síntomas del paciente pero tampoco pedirle que haga algo diferente. Eso debe ser una iniciativa del que padece y necesita el síntoma. Hay una complicidad con eso que hacemos para protegernos: si nos enojamos y dejamos de hablarle a la gente ya no tenemos que enfrentar lo que originó la ruptura. Si ante la primera palpitación de angustia o golpe de tristeza, abrimos la botella de vino, se está sembrando el camino del síntoma del consumo de sustancias como una forma de gestionar emociones insoportables, de crear realidades paralelas, menos crudas y duras, más tolerables desde la euforia o la relajación. El síntoma expresa algo puntual sobre nuestras relaciones, no sólo sobre las pasadas, porque entonces perderíamos de vista la dimensión contemporánea, lo que nos está pasando en este momento. El síntoma es un mensajero y habría que descubrir de qué, para qué y a quién va dirigido. Al síntoma no se le combate. Si acaso se le entiende, porque no es eliminable. A veces es una forma de trabajar del obsesivo, un modo de ganarse la vida (mintiendo), una forma de relacionarse con los demás (sometiéndose), un defenderse de la cercanía (idealizando y luego devaluando). No hay que demandarse acciones a uno mismo, ni demandarlas en los demás, porque eso sólo genera hostilidad, dentro y fuera del consultorio.