La obra poética del Premio Cervantes 2020, Francisco Brines (Oliva, Valencia, 1932) ilustra la transición de una temática social hacia otra de la experimentación intimista, a través de la adopción de nuevos contenidos y sobre todo de una gradación innovadora. Si en el cuaderno Las Brasas (Premio Adonais 1960) se manifestaba un talante elegiaco( “Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido / la inclinación del sol, las luces rojas / que en el cristal cambian el huerto...”), se observa como en Palabras a la oscuridad (1966) las consonancias discurren hacia una cadencia que arropa confesiones intimistas donde el tiempo dispensa las posibles miradas transidas y todos los gestos laten como un soplo del espíritu: “Miro con estos ojos vivos, la oscuridad del bosque. / Y una dicha más honda llega al pecho”. Brines sabe que “El hombre bien quisiera que su muerte / no careciese de alguna certidumbre”. Las imágenes brotan de un desconcierto que es también luminosidad y se conforma realmente desde la percepción del ritmo, como la evocación de algo impreciso -perdido- que encuentra la certeza en un estilo de descalza pronunciación. “Mirad con cuánto gozo os digo / que es hermoso vivir. // Hoy lo que ven mis ojos / es el profundo cambio de la vida en la muerte”. Poeta marcado por una curiosidad siempre insatisfecha, siempre en el afán de descifrar los amuletos del rayo que el hacha de la perplejidad mezcla con las cenizas. “¿Cuál es la esperanza? Vivir aún // el pecho se consuela, porque sabe / que el mundo pudo ser una bella verdad”. Francisco Brines morador del porqué de las palabras: allí donde la naturaleza está desnuda y el dolor al instante muere para que venga el goce.
AG
