El 24 de enero de 1920, Amedeo Modigliani sucumbió a la tuberculosis contra la que luchó desde la adolescencia. Su muerte a los 35 años y su cercanía con la bohemia parisina lo rodearon de un halo de trágico romanticismo que, a la vez, ha opacado su obra.
Para reabrir tras el cierre por la pandemia, el Museo del Palacio de Bellas Artes inauguró El París de Modigliani, exposición que, con motivo de su centenario luctuoso, propone una nueva mirada a la obra del italiano y a la de personajes con los que compartió experiencias en la capital francesa del siglo XX. Esas vivencias, plasmadas en lienzo y papel, dialogan para revelar —por primera vez en México— a un Modigliani despojado de leyendas.
UN CREADOR ENFERMO
Durante el siglo XIX, la tuberculosis fue llamada enfermedad de los artistas. En la época se consideraba que la melancolía era un estado de ánimo de las almas sensibles, mientras la palidez de los enfermos dejaba claro que habían sido tocados por las musas. Esta idealización se arrastró hasta inicios del siglo XX, abonando a la leyenda del artista italiano. Si bien fue más que las tragedias de su vida, lo cierto es que para entenderlo hay que echar un vistazo al Amedeo que pasó años postrado.
Como sucede a menudo con firmas icónicas en la historia del arte, es probable que debamos su talento —al menos en parte— a la aflicción que padeció. Aunque desde niño mostró dotes artísticas, comenzó a desarrollarlas a los once años, al enfermar por primera vez. Al estar confinado en casa por largas temporadas, el dibujo fue su escape. Hablar de aislamiento y enfermedad resuena con fuerza ahora que los museos reabren tras seis meses de cierre, con lo que resulta casi imposible evitar la comparación entre la experiencia del artista y lo vivido este año. En entrevista para El Cultural, Marc Restellini, curador de El París de Modigliani, subraya que el italiano falleció en el contexto de la Gripe Española. “Es una ironía que la exposición ocurra en medio de la pandemia, es un poco desconcertante, aunque no soy supersticioso”, añade, mientras deja que una sonrisa asome a través del cubrebocas.
El creador livornés cargó con los estragos de la tuberculosis toda su vida y, tras su muerte, lleva cien años llevando a cuestas el mito del bohemio. “Es difícil luchar contra ese estigma”, comenta Restellini, quien asegura que Modigliani ha sido víctima de las fake news. “No es cierto que estaba sumido en la bebida y en el caso de la droga, sólo la consumió una vez con su médico, Paul Alexander. Entre 1905 y 1909 se crearon varias ligas antialcohol, surgidas porque se atribuyó a la bebida la derrota de Francia en la guerra de 1870. El artista fue víctima de las campañas de esas ligas”. Para Restellini, el estigma se acentuó al haber muerto tan joven, a lo que además se sumó la partida de su pareja, Jeanne Hébuterne: se quitó la vida dos días después de él, y con ocho meses de embarazo. A esto hay que añadir la película Los amantes de Montparnasse, de Jacques Becker (1958), que pinta a un Modigliani envuelto por la bohemia.
Mientras la Academia insistía en trabajar como en el siglo XVI, salir a pintar era transgresor. Así surgió el impresionismo
EPICENTRO DEL ARTE
En 1906, el italiano irrumpió en la llamada Escuela de París. Se avecindó en el barrio de la Ópera para luego mudarse al afamado Montparnasse, no sin antes pasar por Montmartre. Con su formación y sus referentes renacentistas a cuestas, rápidamente se integraría a las discusiones sobre el lugar del arte ante el cambio de siglo.
En ese momento, París significa modernidad. “Es el centro del mundo artístico”, afirma Restellini; “ahí ocurre una revolución a final del siglo XIX, en todos los niveles. Se inventan dos cosas: el tubo de pintura y el caballete. Eso hace que el artista salga a la naturaleza. Pasamos de la pintura en estudio a la pintura al aire libre”. Mientras la Academia insistía en trabajar como en el siglo XVI, salir a pintar era transgresor. Así surgió el impresionismo, que rompió los paradigmas de su tiempo y atrajo pintores de todo el orbe.
Sólo en París era posible que surgieran figuras como Suzanne Valadon, cuya obra forma parte de la muestra en Bellas Artes. Para Restellini, su presencia es sintomática de lo que significaba la experiencia parisina: “En aquel momento el arte se rige por las reglas estrictas de la Academia, la pintura no está permitida a las mujeres; el impresionismo trae la transgresión por parte de ellas”. Restellini destaca: “Valadon vivía libremente y no le importaba el qué dirán”. Así, la ruptura con la Academia va más allá de las convenciones formales del arte; crea un espíritu de época que trastoca las normas sociales. El nombre de Valadon representa su tiempo. Además de ser amante del compositor Erik Satie y de pintores como Renoir y Toulouse-Lautrec, fue una artista que se atrevió a representar el cuerpo femenino desde la perspectiva de una mujer, libre de la idealización y erotización masculinas, a la vez que presentaba el cuerpo del hombre con una fuerte carga sexual. “Ella hace lo que quiere hacer y vive como quiere vivir”, enfatiza Restellini para resaltar la importancia de incluir su obra en esta exposición que evoca el París de la primera mitad del siglo XX.
Quizá quien mejor representó la ciudad de libertades fue Maurice Utrillo, hijo de Valadon y protagonista destacado de la exposición del Palacio de Bellas Artes. “Utrillo fue realmente el pintor de París, el más conocido. Su interpretación arquitectónica de la ciudad hace que hoy su obra tenga casi un valor de archivo fotográfico”, comenta el curador.
A las firmas de Valadon y Utrillo se suman también las de Chaïm Soutine y de André Derain, de quien se exhibe una versión de Las bañistas que se creía perdida y forma parte de la colección de la Fundación Netter, núcleo de la exposición. Así, la muestra El París de Modigliani es más que una retrospectiva del italiano: comprende también obras de artistas quizá poco conocidos entre el público, pero que jugaron un papel fundamental en la transición del impresionismo a las vanguardias y con quienes Modigliani evolucionó. De acuerdo con Miguel Fernández Félix, director del Museo del Palacio de Bellas Artes, este diálogo “da una fotografía muy clara de la Escuela de París a partir de los diversos puntos de relación y confluencia”.
Esta muestra propone ver a Modigliani más allá de categorías
y revalorarlo en su complejidad
RICO INTERCAMBIO
París no sólo es una coordenada en el mapa, es un concepto que puede ser rastreado desde y hasta diversos rumbos del mundo. El París de Modigliani manifiesta que México es uno de ellos, pues el legado de la capital francesa en el arte nacional queda representado en la curaduría. Desde el planteamiento inicial de la exposición se propuso incluir el vínculo de Modigliani con artistas mexicanos que emigraron en busca de la revolución parisina. Diego Rivera, Carlos Mérida y Ángel Zárraga son nombres que encontramos en la exposición en el Palacio de Bellas Artes por su diálogo con Modigliani, pero quizá los más interesantes son los que representan una revelación, como Benjamín Coria, ahora desconocido, pero en ese entonces el verdadero amigo mexicano de Modigliani.
La relevancia de incluir a estos creadores no radica sólo en mostrarnos que estuvieron ahí, pues se sabe que, desde el siglo XIX, los alumnos destacados de la Academia de San Carlos eran enviados a París a continuar estudiando. La importancia de ver a Modigliani con sus “compañeros de viaje” —como los denomina la exposición— va más allá. Para Jaime Moreno Villarreal, curador del núcleo mexicano de la muestra, este diálogo “va a abrir nuestros ojos al hecho de que el arte mexicano del siglo XX participó de las vanguardias históricas”.
La amistad de Modigliani con los artistas nacionales ha sido una sorpresa para Restellini, el mayor experto en el artista livornés, quien a partir de la iniciativa del Museo del Palacio de Bellas Artes descubrió que éste había vivido un tiempo con Diego Rivera. “No debió haber sido fácil vivir con Modigliani, mucho menos con Rivera”, comenta riendo; “el hecho de que hayan estado seis meses juntos implica que discutían ideas”. Esta noción de intercambio es, para Restellini, fundamental en la relación de Modigliani con creadores mexicanos; para el curador es importante que el público no vea este vínculo como una inspiración, sino más bien como un diálogo a partir de búsquedas compartidas.
Uno de los intereses comunes entre ambos creadores fue el primitivismo, que en París tomaba el camino del arte africano, mientras los mexicanos rescataban el pasado prehispánico. Las máscaras africanas causaron una profunda impresión en Modigliani; en sus trazos y, más aún, en su escultura, evocó aquellos rasgos abstractos. Restellini considera que a Modigliani debió interesarle el sincretismo de la cultura mexicana, pues en él veía reflejada su propia experiencia. “El propio Modigliani viene de un sincretismo entre el arte italiano y la educación judía, muy propia de su ciudad natal”, señala. “De Diego le interesó el encuentro del arte cristiano con el arte prehispánico. La fusión universal permite al italiano crear una síntesis”, concluye.
POCO COMPRENDIDO
Al hablar del París de Modigliani es imposible obviar la ebullición creativa que llevó a la formación de grupos artísticos. Así, sorprende que Amedeo se haya mantenido al margen, a pesar de rodearse de las figuras más representativas de los movimientos de la época. Esta ambigüedad con respecto a las vanguardias lo coloca en un sitio difícil, pues nunca queda claro dónde ubicarlo estéticamente. Esto contribuyó a que durante años su obra fuera opacada por la de sus contemporáneos.
Para Restellini no debe haber confusión, debido a que “él tenía muy clara la síntesis que le interesaba hacer”. No evitaba el diálogo con los colegas de su tiempo, pero no le interesó militar en ningún movimiento. “Lo buscaron cubistas y surrealistas, e incluso la primera vez que expuso fue en una exposición del grupo dadá en Zurich, pero siempre se negó a firmar cualquier manifiesto y no creía en el cubismo”.
Esta muestra en Bellas Artes propone ver a Modigliani más allá de categorías y revalorar su obra a la luz de su complejidad, pues la necesidad de etiquetarla a partir del trabajo de otros nubla nuestro entendimiento de lo que representó para el arte de vanguardia. “La gente tiende a ver su obra como algo bonito y por eso tomó tiempo que se le valorara”, lamenta el curador, y añade: “es un pintor elitista, en el sentido intelectual, pero escondió sus referencias bajo la belleza”. Se trata pues, de un artista del fondo, no de la forma, que buscó penetrar en lo más profundo del interior humano.
El Museo del Palacio de Bellas Artes ofrece en línea material complementario a la muestra. Puede consultarse en http://museopalaciodebellasartes.gob.mx/modigliani/