Las cartas de un adiós y el boom

El movimiento del Boom latinoamericano, que en los 60 y 70 llevó las letras hispanas de nuestro continente a todo el mundo, concentra paradojas. Aunque dos mujeres fueron cruciales en su conformación, ninguna autora protagonizó aquella ola latina, en la que María Luisa Bombal y Elena Garro merecían figurar. La reciente publicación de Las cartas del Boom —que incluye las misivas entre Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar—, lleva a Federico Guzmán Rubio a revisar su génesis y contradicciones, cuáles rasgos le dieron forma y qué precipitó su final, además de la relevancia de los lectores en ese fenómeno de ventas

Carlos Fuentes (1928-2012). Foto: revistapurgante.com

Más que en un movimiento o en un grupo literario, el Boom pronto se convirtió en lo que sigue siendo: una aspiración y un reproche, una etiqueta de mercadotecnia y una denuncia, una endeble categoría crítica y una época. Pero todos estos sustantivos, la mayor parte fruto de un enorme malentendido —el éxito siempre lo es—, se construyeron en torno de un buen número de libros sobresalientes que fueron leídos masivamente en América Latina y en el mundo.

Esto, a mi parecer, es la segunda esencia del Boom: por primera vez la literatura latinoamericana, concretada en una de sus más poderosas expresiones estéticas, alcanzó un público regional y mundial. Esa extraordinaria confluencia entre buena literatura y masa lectora no se ha repetido desde entonces a tal escala. No hay que olvidar, sin embargo, que hablamos ante todo de un fenómeno literario surgido de la publicación de una veintena de libros que compartían, con sus debidas diferencias, una poética común, la que a la postre acabó siendo la novela del Boom, esencia del movimiento. Porque todo lo que vino inmediatamente después —como las traducciones, las ventas millonarias, el reconocimiento crítico, los premios, el compromiso político y las adaptaciones cinematográficas— surgió a partir del texto y de una concepción revolucionaria de la literatura, y no a la inversa, como se empeña en creer la industria editorial en sus infructuosos intentos de replicar el fenómeno.

LITERATURA Y ÉXITO comercial: rara vez es posible escribir ambas palabras juntas, más cuando se trata de letras latinoamericanas, y quizás por eso el Boom genera tanto recelo, confusiones, polémicas. Lo más fácil sería separar su costado netamente artístico de su dimensión mercantil, pero sería traicionarlo: después de todo, una de sus inesperadas novedades fue conjugar esos dos mundos irreconciliables e inseparables hasta y desde entonces.

No es posible entender la literatura que generó el Boom como un conjunto sin atender a su costado empresarial, político y cultural, en lo que sería un ejercicio de crítica literaria de inocente pureza, aunque igualmente estéril sería realizar la operación contraria —obviar los libros y limitarse a sus estrategias de difusión—, como simplistamente lo han hecho muchos de sus críticos más superficiales.

La muy reciente edición de Las cartas del Boom (Alfaguara, 2023) resulta ideal para hacer una lectura integral del movimiento, pues en la correspondencia de sus cuatro miembros oficiales —Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez— se aprecia cómo se leen y se venden ellos mismos, es decir, cómo crearon el Boom sin darse cuenta, cómo lo aprovecharon, promocionaron, disfrutaron y, finalmente, cómo terminó sin que pudieran hacer mucho por evitarlo.

El libro es un documento excepcional desde varios puntos de vista. Para empezar, se trata de una obra dispersa, incompleta y colectiva, que sin embargo resulta perfectamente coherente, pues en ella se aprecia la forma en que se creó, asentó y dispersó ese grupo literario. Alrededor de la crónica de esta amistad y de esta empresa, además, se desarrolla una historia mayor —más esperanzadora, más trágica: la de Latinoamérica en dos de sus décadas más convulsas, de los 60 y 70, cuando transitó rápidamente del furor de la revolución a la realidad de las dictaduras de izquierda y derecha. Por último, más allá de las andanzas de Fuentes y sus amigos, muestra la instauración de un sistema literario globalizado y mercantil, vigente al día de hoy. Estos motivos convierten las cartas en una fuente imprescindible para la historia y para la historia de la literatura, pero no para la literatura en sí misma, pues quien busque en estas misivas la calidad de las novelas y los cuentos de sus autores resultará decepcionado. Esto confirma definitivamente que el genio literario del Boom no se encuentra de ningún modo en sus obras autobiográficas —salvo, quizás, en la extensa correspondencia de Cortázar—, ni tendría por qué estarlo, pues una de sus más fructíferas equivocaciones fue confundir la literatura con la ficción, superstición opuesta a la que prima en la actualidad.

UN INICIO MODESTO

El Boom empieza en secreto, con la carta que Carlos Fuentes le envía a

Julio Cortázar en noviembre de 1955 con el objetivo de pedirle una cola-

boración para la recién fundada Revista Mexicana de Literatura, que estaba codirigiendo. Éste había leído algunos de los cuentos de Final del juego, que se publicaría pocos meses después en Los presentes, la colección dirigida por Arreola, con un anecdótico tiraje de seiscientos ejemplares. La intermediaria entre ambos escritores fue la crítica argentina Emma Speratti, que por esos años vivía en México y fue quien consiguió la publicación mexicana del libro de Cortázar y, a su vez, le pasó a éste el primer libro de Fuentes, Los días enmascarados. No cabe duda de que es un inicio modesto, pero tremendamente significativo, pues ya se encuentran en él los principales componentes del grupo.

El Boom nace en un acto de lectura, de curiosidad, de admiración y de generosidad. Speratti, magnífica lectora, creadora auténtica y olvidada del Boom, leyó los libros de cuentos de un argentino y de un mexicano por entonces desconocidos, quedó impresionada tanto por su calidad como por su novedad, identificó que por distintos que parecieran tenían algo en común y, en consecuencia, los puso en contacto e hizo todo lo que estaba en sus manos —que no era mucho, aunque resultó definitivo— por difundirlos.

El Boom empieza en secreto, con la carta que Fuentes le envía a Cortázar en noviembre de 1955 con el objetivo de pedirle una colaboración para la recién fundada Revista Mexicana de Literatura

De esta forma, sin que nadie se enterara de lo que hacía y sin que aún tuviera nombre, nació el Boom en abril de 1956, cuando “Los buenos servicios”, de Julio Cortázar, se publicó en el número cuatro de la Revista Mexicana de Literatura.

Existe otro hecho sustantivo en este discreto gesto fundacional: que haya tenido lugar en una revista literaria. El Boom no habría existido sin las varias revistas y sin los suplementos literarios, en cuyas páginas sus integrantes colaboraron obsesivamente. Ya sea fundándolos o apropiándose de ellos, con una incuestionable habilidad para posicionarse, pero también con un rigor intelectual evidente, escribieron en decenas de publicaciones de toda América Latina, sobre todo, y también en los diarios europeos y estadunidenses más prestigiosos. Podría decirse que el Boom nació en una revista, la ya mencionada, y murió en otra, de carácter político, Sin Censura, veinte años más tarde, en la que Cortázar y García Márquez —Vargas Llosa ya no era considerado para estas cuestiones, por su crítica a la Cuba castrista— pretendían escribir en contra de las dictaduras sudamericanas.

Entre estos dos momentos fueron decenas los diarios, revistas y suplementos de buena parte del mundo en los cuales los novelistas del Boom colaboraron, lo que les permitió darse a conocer de forma internacional, intercambiar reflexiones, publicar adelantos de sus obras, reseñar negativamente los libros de los demás y positivamente los de los amigos y, ante todo, crear una comunidad lectora a la que ellos mismos pertenecían pues, como se lee en las cartas, siempre estaban al tanto de lo que cada revista daba a conocer. La historia de algunas de estas publicaciones es inseparable de la del Boom, como Mundo Nuevo, quizás la revista más cercana al movimiento, pero que provocó también recelos y tensiones cuando se comprobó que era financiada por la CIA, como parte de la Guerra Fría Cultural, o la revolucionaria Casa de las Américas, que desde la Habana decretaba qué era la literatura latinoamericana.

Portada del libro "Las cartas del Boom"

A LAS PUBLICACIONES periódicas hay que agregar, también como protagonistas fundamentales, a las editoriales latinoamericanas —de las mexicanas Joaquín Mortiz y Siglo XXI, a las argentinas Sudamericana y Losada. No sólo estaban interesadas en publicar novedades venidas de todo el continente, sino que supieron despertar el interés de los lectores de sus respectivos países. Desde este punto de vista, el trabajo de los editores de revistas y editoriales, muchos de ellos críticos literarios o también escritores, resultó absolutamente indispensable por haber conformado una plataforma y una red de creación y de intercambio literario transcontinental de una calidad equiparable a la de las mejores novelas del Boom. Otro de los secretos del movimiento, a la vista de todos, es que en él también coincidieron escritores con editores y críticos brillantes, que juntos crearon un diálogo realmente continental, lo que únicamente ha ocurrido tres veces en la historia de la literatura latinoamericana, que corresponde a sus tres momentos más altos: el modernismo, la vanguardia y el Boom.

Las revistas literarias suelen ser un medio impreso perfecto para consolidar una amistad y fabricar infinidad de enemistades; lo primero puede constatarse en la correspondencia del Boom. Los autores intercambian libros, se reseñan, se piden mutuamente colaboraciones, se envían ejemplares inconseguibles en ciertos países, piden referencias sobre dónde vale la pena publicar y dónde es mejor no hacerlo. La amistad entre los cuatro novelistas transcurre de manera pública en las revistas y de forma más bien secreta en las cartas, por lo que reconstruirla como lector es un ejercicio emocionante. Algo notorio y que suele pasarse por alto es que el reconocimiento literario antecedió a la amistad y de hecho fue un requisito para entablarla. A diferencia de innumerables grupos literarios que surgen en una cantina o en un taller, cuyos asistentes están convencidos de su mutua genialidad, los escritores del Boom primero se leyeron a la distancia, con recelo, y después entraron en contacto. Por ejemplo, para continuar con el caso de Fuentes y Cortázar, tras un trato cordial a raíz de las primeras colaboraciones, la amistad realmente se consolidó cuando el argentino leyó La región más transparente y envió una larga carta al mexicano para elogiar la novela y expresar algún reparo.

García Márquez exclama: Que sepan que habemos novelistas de los buenos, y que vamos a seguir jodiendo, y que somos una mafia y a quién coño no le gustó para romperle la madre, y todo lo que de ello se deriva

LA CONQUISTA DEL MUNDO

Los cuatro novelistas se leen con interés y asombro. Las primeras misivas están llenas de comentarios críticos y de un entusiasmo sincero al constatar que, sin planearlo en un inicio, estaban juntos escribiendo un proyecto compartido (“hasta no conocer su novela no tenía la impresión de que nos pareciéramos en tantas cosas”, le dice Cortázar a Fuentes). A medida que transcurren los años, sin embargo, los elogios se vuelven rutinarios y los señalamientos críticos desaparecen por completo, para ser sustituidos por la petición mutua de favores y también por la recomendación de agentes y editores, lo que no deja de ser desasosegante, pues es una evidencia de que el éxito comenzaba a ensombrecer la literatura.

Portada del libro "Las Armas Secretas"
Portada del libro "Aura"
Portada del libro "Cien años de Soledad"
Portada del libro "Conversación en la Catedral"

En las cartas también puede leerse el examen de admisión de algunos candidatos a sumarse al grupo —dentro de los cuales nunca fue considerada una mujer, aunque la novela del Boom le debe mucho a Elena Garro y a María Luisa Bombal—, pero los cuales fueron rechazados, como Cabrera Infante o Fernando del Paso. Le reprocharon a Tres tristes tigres y a José Trigo resultar admirables fragmentariamente, pero fallidos en su conjunto, lo que con un poco de mala leche podría decirse de casi todas las novelas del Boom. Llegados a este punto, el grupo ya tiene plena conciencia de serlo, aunque la relación siguió siendo sobre todo literaria y por escrito. De hecho, sólo una vez estuvieron juntos todos sus miembros (los cuatro oficiales más José Donoso, quien si bien nunca tuvo éxito comercial, cumple todos los requisitos para ocupar la silla chilena del movimiento), en una comida de 1970.

El Boom ya se sabía tal. El antipático nombre se le atribuye al crítico Luis Harss, quien lo empleó en un libro de entrevistas a varios de sus miembros. La verdad es que, si se hojea la prensa de la época, ésta parecía abocada a encontrar explosiones donde fuera —el boom del cine italiano, el de la pintura mexicana, el del teatro argentino—, aunque con el paso del tiempo, la de la novela latinoamericana fuera la única etiqueta que sobrevivió. El caso es que el Boom literario primero cobró consciencia de sí mismo para su propia sorpresa, después como una broma y,

por último, como fanfarronería.

Quizás el primero en darse cuenta de sus alcances fue Carlos Fuentes, quien le escribe ilusionado a García Márquez en el año de 1966: “Tenemos, por primera vez, todo por decir, todas las maneras para decirlo y también todo el polo receptivo internacional”. Tan sólo un año después, bromista y desafiantemente, ante las primeras críticas, García Márquez exclama: “Que sepan que habemos novelistas de los buenos, y que vamos a seguir jodiendo, y que somos una mafia y a quién coño no le gustó para romperle la madre, y todo lo que de ello se deriva”. Y él mismo, ya en 1968, le escribe a Vargas Llosa: “El drama de quienes no nos quieren es mucho más grave que el nuestro, pues tienen que sentarse a escribir mejores novelas que las nuestras, y ahí se jode todo”.

Gabriel García Márquez (1927-2014) y Mario Vargas Llosa (1936).

SON LOS AÑOS del éxito, los premios se acumulan (en especial el Biblioteca Breve y el Rómulo Gallegos), se contratan traducciones en los idiomas más insospechados, se filman adaptaciones de las novelas a la televisión y al cine, los cuatro publican en las editoriales y los periódicos más importantes de Europa y Estados Unidos, el prestigio internacional se consolida al mismo ritmo que las ventas. Esto fue posible por la irrepetible convergencia de tres factores: un contexto muy específico en que, a raíz de la Revolución cubana, Latinoamérica capturó la atención del mundo quizás por única vez en la historia, al tiempo que en el continente surgía una clase media ilustrada con poder adquisitivo e inquietudes culturales; la publicación de una serie de obras de altísima calidad literaria, que contrastaban con las letras tradicionales de la región; una habilidad mercadológica más que conveniente. Este último punto es uno de los más odiosos y más criticados del movimiento, aunque lo que indudablemente fue una estrategia grupal para conquistar espacio y recompensas puede verse también como un acto de amistad e interés por la literatura, que para el Boom era lo mismo. Así, por ejemplo, Fuentes le regala a Buñuel Las armas secretas, de Cortázar, para que lo filme; da a su editor estadunidense La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, para que la publique, y a Fidel Castro, Coronación, de José Donoso, para que le brinde un aura revolucionaria. El sectarismo es evidente, pero también la generosidad.

En el centro de este escándalo, aunque a veces se pase por alto, está la literatura, y el Boom triunfó en imponer la suya, primero sobre la dominante en sus respectivos países (Arciniegas y Torres Bodet, según ellos mismos dicen, intentaron cerrarles la puerta), y después sobre todas las demás. En alguna carta, Vargas Llosa sintetiza la ambición estilística y totalizadora de la novela según el Boom, al pretender mezclar la pasión por la peripecia de Los tres mosqueteros con la experimentación del Ulises. A ello hay que agregar la feliz paradoja de proponerse explorar la esencia de América Latina, al tiempo que se huía del regionalismo. Esto acabó siendo también objeto de críticas, pues llegó un momento en que el escritor latinoamericano parecía obligado a escribir sobre la identidad latinoamericana y nada más, un rasgo que parodió mejor que nadie Jo-

sé Donoso en su deliciosa El jardín de al lado. Este espíritu regionalista, genuino en su momento, llegó a tal extremo que Cortázar le escribe a Vargas Llosa en 1965: “Vos sos América, la tuya es la verdadera voz americana, su verdadero drama, y también su esperanza en la medida en que es capaz de haberte hecho lo que sos”.

Algo llamativo, admirable incluso, es que, a raíz del éxito de sus primeras novelas, estos escritores doblaron la apuesta y crearon obras todavía más complejas, desbordantes, casi ilegibles de tan intencionalmente confusas en su mezcla de tiempos y narradores —como La casa verde, 62 Modelo para armar o Terra Nostra—, y que antecedieron, aunque cada caso es único, a su prolongada decadencia. Quizás sean las obras más boom del Boom, y son las que peor se leen en la actualidad, por su complejidad a veces tramposa, por una parte, pero también por el gusto contemporáneo por lo simple. No obstante, yo sigo leyendo con total felicidad muchas otras novelas también icónicas del grupo (Cien años de soledad, El obsceno pájaro de la noche o Conversación en La Catedral), junto con las nouvelles (Aura, El coronel no tiene quien le escriba o El lugar sin límites) y cuentos (los de Cortázar y García Márquez), en los que esta literatura también consigue sus momentos más altos. Todo escritor merece ser juzgado por sus mejores obras, dependiendo además del gusto de cada época, y el Boom tiene muchas de dónde elegir y, sí, otras que es mejor pasar por alto.

Las cartas publicadas asimismo dejan algo claro y es que, más allá de que en el centro del movimiento estén cuatro o cinco escritores, se trató sobre todo de un fenómeno colectivo. Como ya se ha mencionado, en él tuvieron un protagonismo decisivo editores de revistas y libros, críticos literarios y agentes, aunque la célebre Carmen Balcells tenga una presencia marginal en la correspondencia. Pero hay otro personaje principal del que pocas veces se habla, y es el que decididamente produjo esta época dorada de la cultura latinoamericana: el lector. Todo el entramado cultural que posibilitó el Boom no habría existido sin una comunidad lectora masiva, continental, culta, dispuesta a interrogarse a sí misma, a disfrutar de la literatura como producto tanto intelectual como de entretenimiento. García Márquez fue quien mejor supo apreciar esta excepcionalidad, y ese gesto lo honra: “Cien años sigue vendiéndose como salchichas y ya sale la cuarta edición. Esto, por supuesto, me alegra mucho, pero más me alegra la comprobación de que América Latina se haya convertido de pronto en uno de los grandes mercados de libros del mundo. Para mí que el famoso Boom no es tanto un boom de escritores como un boom de lectores”.

EL FIN DE LA FIESTA

Tras la Matanza de Tlatelolco en 1968, Fuentes le escribe proféticamente a García Márquez: “La América Latina se convertirá en un enorme cuartel, del Río Bravo a la Patagonia”. Lo que marcó el final del movimiento fue la aparición de dictaduras por todo el continente, empezando por ésa que había marcado el espíritu festivo de la época: la cubana. A raíz del caso Padilla y del autoritarismo del régimen cubano, Vargas Llosa se separó definitivamente de él, Fuentes marcó una distancia prudente, cómoda, mientras Cortázar y García Márquez lo apoyaron de forma incondicional. A la distancia, la reacción de estos dos últimos fue sorpresiva, pues García Márquez había escrito en una carta de 1967 que “si nuestros amigos cubanos se nos van a convertir en nuestros policías, se van a llevar, al menos por mi parte, una buena mandada a la mierda”. Mientras, Cortázar siempre había cuidado su individualidad y varias veces se negó a asistir a congresos de escritores, por su torpeza para socializar. Sin embargo, a partir de los 70 realiza una actividad frenética a favor de Cuba, primero, y después de la Nicaragua sandinista, en un cambio que él vivió como una revolución personal, anunciada en una misiva del decisivo 1968: “Ninguna revolución me hará renunciar a Marcel Duchamp; pero Duchamp ya no podría hacerme renunciar a la revolución”. Es necesario reconocer que los miembros del Boom utilizaron su prestigio literario para luchar por causas políticas que ellos consideraban nobles, y no a la inversa, como de manera oportunista se suele hacer.

Julio Cortázar (1914-1984).

Más allá de rupturas personales, debidas a cuestiones políticas o privadas, lo determinante para el final del movimiento fueron las dictaduras que tomaron el poder mediante golpes de Estado en prácticamente todos los países de la región. Los militares clausuraron editoriales y revistas, quemaron libros, asesinaron, torturaron y desaparecieron a escritores, editores y periodistas, y a cualquier persona sospechosa de formar parte de esa clase ilustrada que leía literatura latinoamericana y tenía simpatía por la izquierda. Así, el maravilloso tejido cultural que entonces existía en Latinoamérica fue exterminado de golpe y a la fecha no ha sido restituido. Esta destrucción coincidió con el lento declive de la calidad literaria de los escritores del Boom, encerrados en una autosuficiencia, en un conformismo exclusivo para ellos: sólo los más grandes pueden caer desde tan alto. Aun en esta triste decadencia, sin embargo, hay algo casi heroico: lo más sencillo habría sido cruzarse de brazos y disfrutar de su prestigio tanto como de sus dólares, pero los Fuentes, los Vargas Llosa y los García Márquez siguieron escribiendo novelas cada vez peores, a un ritmo frenético. Así dejaron en claro, paradójicamente, que a ellos lo que más les interesó en la vida fue ser escritores.

Lo determinante para el final del movimiento fueron las dictaduras que tomaron el poder mediante golpes de Estado en los países de la región

LA INFLUENCIA DEL BOOM en la literatura mundial es patente a la fecha y a veces sorpresiva, como el aprecio por Carlos Fuentes que demuestran escritores centroeuropeos como Goran Petrović o Mircea Cărtărescu. En nuestras letras hubo quienes quisieron replicar el fenómeno, como el Crack, que copió la onomatopeya, los premios y el machismo. Más interesantes son los casos de quienes aprovecharon lo que quisieron para crear una nueva literatura y el resto lo tiraron a la basura, como Roberto Bolaño, Guadalupe Nettel, Fernanda Melchor o Mariana Enriquez, que reconocen su deuda con un aspecto puntual del movimiento, o la oportunidad que tenemos como lectores de apreciar, al fin, otras literaturas latinoamericanas, antes silenciadas por el estruendo del Boom. A la hora de cuestionarlo, habría que preguntarnos también cómo lo leemos en la actualidad. Parecería que perviven el sectarismo, el mercantilismo y el machismo —por cierto, los cuatro editores de la correspondencia, Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos, no mencionan ni siquiera a una escritora latinoamericana en su extenso prólogo—, a diferencia de la voluntad estética y de la voracidad intelectual, que a veces pareciera que se perdieron en el camino.

Las cartas del Boom concluyen con una misiva lacónica y conmovedora. Tras décadas de silencio, en los que la correspondencia ya se ha vuelto esporádica, Fuentes le envía una brevísima nota a García Márquez para felicitarlo por su cumpleaños 85. Las últimas palabras de la carta, y quizás las últimas palabras que un miembro del Boom le dirigió a otro, fueron: “Te agradezco tus grandes libros”. Yo me quedo con ese gesto de nobleza de Fuentes y, por supuesto, con los grandes libros que nos dejó el movimiento.