72 horas en Elei

El corrido del eterno retorno

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Cruzar la migra fue un pedote. Esa madre parecía la Soriana: un chingo de gente y nomás una caja abierta. Hasta en los pinches Oxxos son más desaletargados.

Tres horas después me encontré con el Agassi. Su novedad era que lo habían metido al cuartito por dos horas. Después de hacer una hora de trayecto hasta el downtown hicimos check in y picoteamos ceviche en el cóctel de LéaLA, la feria del libro. Desesperados por escuchar música en vivo nos largamos antes de acabar con la barra libre de sotol.

Los Ángeles es una ciudad pesada. El problema de los homeless ya es más molesto que las plagas de paloma. Y la policía ha optado por ignorarlos. De tal suerte que el downtown les pertenece. Es una ciudad sucia. Y tiene sus príncipes mendigos. Caminando por la séptima uno ve toda clase de walking deads. En plena banqueta había uno de ellos con una pipa para fumar cristal meth más grande que el puño de Tanos. Hasta yo, que suelo ser bastante civilizado en el gabacho por temor a las multas, me puse a miar en plena calle. Eso no lo haría casi en ningún sitio de gringolandia, por ejemplo en Dallas.

Recalamos en el Intercontinental. Un sitio para escuchar jazz. Había un trío haciendo cóvers de Metheny y Bill Frisell. El baterista era una absoluta bestia. Se tragaba a los otros dos en cada rola. Y quién componía el público: sólo el Agassi y yo. Nos metimos una pedísima con vino blanco y salimos a buscar una burger. Habíamos cumplido con la misión.

Al día siguiente la primera parada fue el Daykokuya en Little Tokyo. En México el ramen no tiene nivel. Nosotros nunca comemos este tipo de manjares. Embarazados de maruchan glorificada nos fuimos al museo del Grammy. Que acaba de inaugurar una nueva sala dedicada a la música latina. Y a quién estaba dedicada la exposición: al one and only Marco Antonio Solís. La expo era extensa. Había memorabilia de todo tipo: carteles, instrumentos, trajes, discos de oro y platino.

Salimos y oh bendita ciudad, justo a un lado acaban de abrir un Yard House. Y pues a mamar cerveza. Sculpin de barril. Y al anochecer entonces sí. Lo mero bueno. La visita al Whisky a Go Go, el bar del que salieron leyendas como los Doors, Mötley Crüe y Guns N’ Roses. Había un minifestival. Tocaron cinco bandas. Y todas eran heavy. Pero el aura del lugar le imprimió al momento un significado especial. Nunca lo había visitado y esta vez lo conseguí. La coquita de sesenta dólares el grammy lubricó a la noche con enjundia. Rockeros viejos, nuevos y mucha cougarzona se apretujaban junto a nosotros mientras transpirábamos coca y apurábamos cerveza.

Es una ciudad sucia. Y tiene sus príncipes mendigos. Uno ve toda clase de walking deads

Al tercer día no podía faltar la obligada irrupción en Amoeba Records. Desde hace un tiempo que cambió de dirección. Ahora está en Hollywood Boulevard. Cerca de la estrella a los Red Hot Chili Peppers. Me prometí a mí mismo que no compraría nada. Pero al final salí con el vinil de King Buzzo, This Machine Kills Artists, llevaba un chingo buscándolo y hasta que se me hizo. Y salió bara. Todos los que había visto en línea estaban arriba de los dos mil varos. Pensé que por el cambio de local la tienda perdería su encanto, pero no. Incluso hay más gente. Y el portero es un tipazo.

Ya que andaba en la zona me fui a Stout Burgers, uno de mis lugares favoritos en la Tierra. No hay viaje a Los Ángeles en que no vaya. Fabrican su propia cerveza y aunque me zurra la artesanal, ahí están riquísimas. Y qué nivel tiene la burger. Qué pinche In-N-Out ni qué mis pistolas. Esto es otro planeta. Y están accesibles. Además de que las meseras están guapísimas y son bastante amables con todo mundo. Incluso conmigo que parezco un cabrón malandro que va a asaltar el lugar. Si hubiera un Stout Burgers en la Ciudad de México comería ahí todos los días. Aunque seguro me subiría el colesterol por las nubes.

La noche no tuvo música en vivo. Pero nos fuimos a un karaoke por Broadway. Sólo había puro asiático y gringos. Pero como el elemento weirdo, a la Mulholland Drive, no puede faltar, un tipo puso canciones de Maná y con su acento mucho bueno mucho barato mucho picoso se reventó “Rayando el sol”. Fue un cierre inmejorable para esos tres días en una de las ciudades favoritas del pecado.

Algún día me gustaría mudarme a Elei. Pero seguramente acabaría como el homeless de la séptima, gastándome todas mis regalías en cristal meth.