El colorido del cartoon tradicional con la gestual exacerbada, además de un irresistible y enrarecido diseño de personajes, sobre una historia de ingenuidad un tanto retorcida, hace de “Los hermanos Willoughby”, adaptación del libro de Lois Lowry, una extravagancia divertida, con identidad, e, incluso, llena de pequeños simbolismos, como en el caso del bigote distintivo de la genealogía de estos niños ignorados por sus padres que por lo mismo deciden deshacerse de ellos; pero que por desgracia nunca llega a ser tan encantadora como lo pretende.
Y es que el tono ligero, que llevan hasta el exceso, termina convirtiéndose en el lastre de una comedia que, al sustentarse sobre el drama del choque entre el mundo adulto y el infantil, apunta hacia el humor negro, como bien lo anuncia desde un principio la aparición del peculiar gato y su irónica función; algo que nunca terminan de asumir.
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Es debido a eso precisamente, que muchos de los chistes parecieran más bien ocurrencias que se alargan; y aunque alcanzan para definir ciertos rasgos e los protagonistas, nunca logran usarlos para darle el peso a los diversos temas que implica el relato, aunque no por ello dejan de ser interesantes.
Entre ellos está el exponer la indiferencia como una forma de maltrato, la intransigencia de los sistemas de atención infantil, la aversión que puede surgir hacia la figura de los padres, además del rompimiento de las convenciones sociales y de asumir la diversidad en cuanto a los tipos de familias, sin menospreciar los moldes tradicionales.
Visualmente es ingeniosa y a veces deslumbrante, con artefactos insólitos que corresponden a la vida anacrónica y que, al mezclarse con lo cotidiano de las grandes urbes, eventualmente detonan en una aventura fantástica.
Sus planteamientos son inteligentes, está llena de frescura y es muy llamativa, con algunos personajes que se quedan a unos pasos de llevarse la película —como los disparatados gemelos—; pero, al final, “Los hermanos Willoughby”, producción canadiense que cuenta entre sus tres directores a Kris Pearn —responsable de “Lluvia de Hamburguesas 2: la venganza de las sobras” (2013)—, apenas resulta simpática en su trayecto y su conjunto. Es uno de los estrenos de esta temporada en Netflix.