G. W. Leibniz planteó la pregunta más ambiciosa que jamás se le haya ocurrido a una mente humana: ¿por qué hay algo en vez de nada?
No piense usted, estimado lector, que Leibniz pretendía tomarnos el pelo. El sabio alemán llegó a esta pregunta por la consideración de lo que él llamó el principio de razón suficiente. La idea es que todo lo que hay debe tener una razón de ser. No hay suceso en el cosmos que no tenga algún tipo de explicación; nada acontece nada más porque sí, de manera gratuita. Luego, si hay algo en vez de nada, tiene que ser por alguna razón que pueda ser comprendida incluso por inteligencias finitas, como las nuestras.
Nos encontramos ante una interrogante que produce vértigo. Hay quienes se molestan con este meneo metafísico. Supongamos —nos dirían— qué hay una razón de que haya algo en vez de nada. ¿Cómo podríamos conocerla? Imposible. ¡Vaya pérdida de tiempo!
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Otros consideran que una pregunta sin respuesta no es una pregunta legítima, sino una especie de trampa semántica. En ocasiones, cuando los filósofos forman una frase y la encierran entre símbolos de interrogación, lo que se obtiene es lo que los positivistas lógicos llamaban una pseudopregunta.
Yo no le hago caso a los detractores de la filosofía más ambiciosa. Sin embargo, he de confesar que en ocasiones me angustia imaginar que la razón de que exista algo en vez de nada sea flaca, decepcionante o francamente estúpida. Supongamos, por ejemplo, que Dios existe de manera necesaria con la única finalidad de crear un universo que contenga una figurita de porcelana guardada en una vitrina. ¿Por qué no podría ser esa la razón de todo? Quizá para evitarse una decepción, hay filósofos que sostienen que el principio de razón suficiente carece de suficiente razón.
He observado que las respuestas que se me ocurren a la gigantesca pregunta de Leibniz, dependen de mi estado de ánimo.
Cuando estoy deprimido sospecho que si hay algo en vez de nada, no puede ser por algo demasiado bueno. Debe haber gato encerrado. ¿Y si Dios creó al mundo no para su mayor gloria sino simplemente para joder a las criaturas? ¿Y si fuera preferible que no hubiera nada en vez de que haya algo?
Otras veces, cuando estoy de buen humor
—como ahora—, pienso que si hay algo en vez de nada debe ser no sólo por una estupenda razón, sino por algo intrínsecamente valioso. Entonces caigo en cuenta que si no hubiera nada yo tampoco habría existido. No habría podido ejercitar el don extraordinario de la razón. No habría podido amar intensamente a unos cuantos de mis semejantes. No habría podido admirar las maravillas de la creación. Y tampoco habría almorzado esa deliciosa torta de bacalao acompañada de una tarro de cerveza.
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