El pero del cambio

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El cigarro es adictivo. Lo sé. Fumo. Y a pesar de que sé que esa madre la neta me va a matar, lo sigo haciendo. El cigarro es causa del cáncer más mortal, ¿saben?, el pulmonar. Pero aun así fumo. Y fumamos.

Estamos en épocas extremas. La política es extrema, la reacción de los políticos es extrema, las manifestaciones son extremas, el clima, el feminismo, el patriarcado, las elecciones, la democracia, la economía, las guerras, las consultas, los humanos. Reconociendo esto, ¿por qué no aplicar políticas de salud públicas que se adecuen a las temperaturas que vivimos? ¿Por qué esperar a que estudios y estudios y estudios y estudios comprueben, irrefutablemente, por enésima vez, que el cigarro no es bueno?

Pero no mata a todos los que fuman, dicen. Pero deberíamos limitarlo con impuestos irracionales, que cuesten, que sé yo… ¿200?, dicen.

Tal vez ese tipo de acciones extremas sean la solución a algo tan nocivo y asesino como el cigarro —producto que afecta a la población aprovechándose de su ignorancia y su necesidad de ser individualmente cool—.

Pero luego… peros. “Uy, pero el libre mercado, uy pero el mercado negro, uy, pero los empleos, uuuuuuy, pero la legislación, uy pero (invéntate lo que sea)”.

Hay muchos “peros” en el camino. Hay muchos “peros” en nosotros mismos. En mí mismo. Pero cuando veo a un infante de 4 años fumando cigarro, pisando una calle quebrada y desigual alrededor de sonidos de balas, respirando un aire de por si ya poluto y asqueroso, viviendo en una era de leyes tan torcidas que incluso la gravedad no se aplica con la misma fuerza sobre los pobres que sobre los ricos, en un planeta que tiembla de calor y se derrite… el panorama se vuelve un poco apocalíptico, ¿no? ¿Y por dónde empezar en toda esta imagen catastrófica?, bueno, por el cigarro, que es lo más chiquito, lo más fácil de (des)hacer. Con ese paso caminamos. ¿A dónde? A la utopía, aunque estemos en el neblumo rodeado de balas en un planeta ser-vivo.

Entonces, ¿por qué la timidez ante el tema, la suavidad con la que se solapa a este cáncer, el cigarro? ¿Por qué tanta delicadeza contra este enemigo de la humanidad diciéndole, ay sí, tú vende, pero te ponemos estampitas feas en tus cajas, va? Esta cobardía no es por diseño, ni porque haya algo masterminding toda la cosa —ya el sistema que rige a los humanos es muy complejo, es cómo una bestia amorfa pegada por quién sabe cuántos tipos de leyes y regulaciones obscenas—, sino por los simples y llanos “peros” que no me dejan siquiera empezar a considerar seriamente estos extremos, y me están matando.

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