Trashtopía

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Estamos a nada de un mundo apocalíptico. La neta. Si deja de pasar el camión de la basura en dos semanas, las ratas se apoderarían de las ciudades, las enfermedades se propagarían sin restricción, y la intensidad del mal olor asfixiaría. Colapsaríamos en un episodio de Walking Basura. Ahí, la distopía.

La Ciudad de México genera 13 mil toneladas de residuos sólidos al día. Equivale a 700 ballenas azules cayendo sobre los chilangos, derrumbando sus edificios y ensangrentando sus monumentos. Y cada capitalino, desde su nacimiento hasta su muerte, produce 2 kilos de basura al día. De todo esto, apenas 1 por ciento se reusa.

La situación es tal que, si no se recolecta la basura y se envía al Edomex o Morelos, el caos se apoderaría de nuestra capital. ¡No es exageración! La calidad de vida en la CDMX depende directamente de su relación con el deshecho que genera. Y ahí todos sus habitantes. Y ahí, todos los habitantes de todas las conglomeraciones humanas.

A la basura que creamos no le damos continuidad a su ciclo de vida: ni la destruimos ni la transformamos. ¿Qué pasa con las colillas de cigarro arrojadas cerca de una coladera o con los vasos rojos olvidados en la peda a medio trago o con la bolsa de plástico que envuelve el plato en el puesto de tacos que encontraste en tu móvil, también de plástico, en un aplicación que pagaste con dinero plástico?

La naturaleza usa absolutamente todo lo que genera para sobrevivir en el vacío del universo: desde el más débil rayo de luz hasta el tuétano del ser más fuerte. Nada se desperdicia.

No es el Tetrapak o el unicel, ni la Coca-Cola, Pepsico, Nestlé, Soriana, Danone o Grupo México.

Al no responsabilizarnos como personas del ciclo de vida de todo lo que adquirimos, nos distanciamos inmediatamente de la ley única de este planeta: REUSA TODO. Y el planeta es un ser que, entre un vacío inimaginable, respira. No es un puntito azul cualquiera acá nomas.

En ese sentido, lo divino de ser humano, es la divinidad que emana de este planeta. La posibilidad de usar la nada… y reusarla. La madera la convertimos en espadas, techos, sillas, bancos, tambores y jaranas, y con eso vienen guerras, hogares, debates, ahorros, bailes y sones. Cantamos llorando dentro de esta infinita felicidad de saber que todo es sólo por un rato. Esta madera, esta guerra, este eco, este cuerpo, este abrazo. Es poético el pedo. Pero es exactamente el punto a donde vamos: el pañal que cagaste cuando tenías 3 meses, que sólo se usó una vez para limpiar quizás la caca más limpia y pura y abonable de toda tu vida, sigue en alguna parte de este planeta y existirá cuando mueran tus bisnietos… ese pañal fue, ya, tu contribución más duradera a este planeta.

La solución no es nuevas tecnologías o abolir popotes. Sin saber cómo darle continuidad a lo que consideramos basura, no será la política ni la economía lo que cambie nuestros hábitos, ya que ellas promueven la gula suicida de nuestro mercado. Sólo una mezcla de creatividad y educación consciente en cada una de nosotras nos ofrecerá la oportunidad de imaginar la solución colectiva de convivir con la “basura” que desechamos. La basura es un tesoro. Ahí, la utopía.

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