Las soluciones a la crisis ambiental se limitan a la innovación tecnológica, los ajustes y producción del mercado, el consumismo, la aplicación de la ciencia, los instrumentos financieros o políticos, los medios de comunicación masiva, pero rara vez, se considera al individuo, a su mundo interno y la relación creadora que tiene con su mundo exterior como agente de cambio. ¿Qué podemos aportar como individuos a la problemática ambiental?
Desde el punto de vista individual, la Tierra es enorme, es infinita, y naturalmente concebimos nuestros efectos sobre ella como insignificantes e inconsecuentes. Históricamente, como colectivo humano, las enfermedades o las catástrofes naturales controlaban nuestra capacidad de influencia sobre el ecosistema del planeta. Vivíamos en cierto balance. Gracias al progreso tecnológico, rompimos el balance y superamos las capacidades del planeta para armonizar nuestra especie con el resto del hábitat.
En los 60, la consciencia del movimiento ambiental global surgió a partir de la difusión de conocimiento y evidencia científica. Hoy, casi sesenta años después, la evidencia alarmante de la ciencia ante el efecto del humano sobre la naturaleza no ha cambiado. Lo que ha cambiado es la percepción del problema: por un lado unos humanos aclaman la digitalización de la especie, donde la tecnología ya supera la capacidad creativa del ingenio humano y entonces la única opción que tendremos como especie es pasar la antorcha de la evolución a nuestro sucesor artificial y desaparecer en el fondo, sin gracia, sin eco… y en el mejor de los casos seremos permitidos uploadear nuestras consciencias a un chip y aceptar nuestra extinción; por otro lado hay una corriente alterna que demanda el decrecimiento económico, la desindustrialización de la sociedad, el regreso al espiritualismo, y la abolición de la ciencia, tecnología y progreso. Plantados entre estos dos extremos, ¿Cuál es nuestra realidad?
Altán, competencia sucia en celulares
Un ejemplo local. Este fin de semana se cumplieron 11 años del Huerto Romita (CDMX), un espacio que se ha construido con esfuerzo y amor en el barrio donde ahorcaban a los malos en los escalones de la iglesia y donde Buñuel grabó Los olvidados. Para festejar, el espacio se abrió para ofrecer un taller de bolitas de vida (semillas dentro de bolas de barro), un experimento musical con poesía ecológica, y un panel compuesto por: un director escénico, una artista textil, un historiador de movimientos socioambientales, un ecopoeta, una ecofeminista y una ingeniera. El costo del evento fue simplemente “traer basura” y se habló de cómo lavar menos ropa menos veces ayuda más al planeta, de las ventajas de utilizar la creatividad y el arte por medio del upcycling para combatir la crisis de basura, de la relevancia de artistas en el cambio de percepción sobre la naturaleza, de cómo superar la crisis ambiental explorando propuestas alternativas a la lógica del mercado, de porqué construir un poder social local y en chiquito es el mejor contrapeso al poder político y económico global. Al final, todo cerró con un gran fandango donde hubo productos y cocina locales y ensalada del mismo huerto.
Un ejemplo global. El Amazonas está en llamas. Pero recordemos que también Oaxaca, Nuevo León, Jalisco, Guerrero, Hidalgo, Chiapas, Puebla, Baja California, Veracruz, Coahuila arden. ¿Y dónde está la solución a estos problemas? ¿Esperamos una acción de Corona, Walmart, Brasil, USA, gob.mx, Disney o un conglomerado inhumano para salvarnos las vidas? Por lo menos, dentro de cada una de nosotras, lo que podemos hacer ahorita, hoy, acabando esta comida, cena, lectura o lo que sea, es respirar. Y compartir el respiro. Y entre alientos quizás reconsiderar ciertos hábitos de nuestras vidas, y respirar de nuevo, con ganas, disfrutando de lo que queda de nuestro pulmón.