“Toda brujería proviene de la lujuria carnal,
que, en las mujeres, es insaciable”
Malleus Maleficarum
Altán, competencia sucia en celulares
Justo hace dos años, en Ginebra, Suiza, las Naciones Unidas juntaron al Taller de Expertos sobre Brujería y Derechos Humanos. Allí se escuchó a participantes y víctimas de acusaciones de brujería y a involucrados en asesinatos rituales.
Identificaron marcos legislativos para que el Estado prevenga, investigue, sancione y proporcione soluciones a la discriminación e intolerancia que hierve en el caldo de creencias colectivas. ¿Brujería en el siglo XXI?
En Sudáfrica existe y opera la Unidad de Delitos Relacionados con el Ocultismo, que se ocupa desde los 90 a investigar asesinatos rituales ocasionados por la compleja red de culturas tradicionales. En Nigeria, Gambia y el Congo, miles de infancias sufren abandono y abuso, por considerarse brujas.
En Reino Unido se publica la Ley de Brujería en 1542. Prospera, con una serie de enmiendas hasta 1735, y continúa convenientemente por siglos hasta que en 1951 la sustituye la Ley de Medios Fraudulentos que prohíbe a una persona afirmar ser psíquica o espiritista. Estos 500 años de historia legal y criminalista se convirtieron en la base de Regulaciones de Protección al Consumidor contra Comercio Desleal en 2008.
Universalmente, la magia es un mundo colectivo, perpetuo y pluralista, sin ningún principio unificador. Abarca seres y fuerzas sobrehumanas y montones de prácticas supersticiosas. No es una cosmovisión para contemplar o adorar. Es la experimentación imaginativa que la ciencia no comprende, donde el todo es menos que la suma de sus partes, y donde esas partes se entienden sólo en localidades.
Por eso, desde siempre, el mundo humano ha tenido sus especialistas mágicos, que son venerados y temidos por los pobladores. Estas personas eran reconocidas por su conocimiento especial de la naturaleza y se recurría a ellas para una variedad de propósitos específicos: herbolaria, salud de la mujer, anticonceptivos, abortos, adivinación y consejos de vida.
Eran servicios baratos, sustentables, comunitarios y de calidad para poblaciones rurales y marginadas. Aun así, nunca fueron contadas como médicos. Pero, la avaricia de la Iglesia, el Estado y el establecimiento médico contrariaba con esta actividad comunitaria.
Dios no podía ser comandado por hechizos y encantamientos de campesinas ignorantes; por lo tanto, si había alguna respuesta a tales prácticas mágicas, debía ser de espíritus malignos.
La sabia curandera, entonces, ya no estaba al servicio de los aldeanos, sino al servicio del Diablo, como miembro de un culto organizado y malévolo. Era ahora una bruja, un enemigo activo de Dios y una amenaza para la sociedad cristiana y el conocimiento humano.
Publicado en 1487, el Malleus Maleficarum sirvió como un tratado legal y teológico para detectar, interrogar, acusar y exterminar a brujas en Europa. Recomendó la tortura física y mental, y la pena de muerte como remedios. Catalogó patrones de comportamiento. Propagó temor sexual y alentó la división de género y la opresión a mujeres independientes. Concretó el poder masculino del Estado y la Iglesia sobre la población.
Cuando Europa más ardía en hogueras y tragaba miedo con el hechizo de una fe errada, descubrió otro continente. Y la Iglesia y el Estado se creyeron insaciables.