Ésta es una historia triste. Los sistemas de salud han estado involucrados en la activa discriminación y desempoderamiento de las mujeres desde sus inicios. La salud de las mujeres es una historia triste que, si ha de tener final, y si ese final ha de ser feliz, tendrá que exigir al sistema de salud que las considere su eje principal.
Si nuestra comprensión del mundo se interpreta a través del cuerpo y por el cuerpo, por lo tanto, es importante comprender el papel del cuerpo de la mujer en la configuración de nuestras percepciones.
Hoy, mañana y la década que viene, una de cada tres mujeres sufrirá violencia por parte de sus seres queridos o su familia. Dicho por la Organización Mundial de la Salud. Dentro de las estadísticas de la pobreza, las mujeres son las más pobres de los pobres en todos los países. Y sin acceso a servicios de calidad de salud las políticas de Estado, por instrucción u omisión, fácilmente provocan genericidio (feminicidio a gran escala).
Todo esto no es una práctica aprendida, consciente y orientada, producto de una organización social estructurada sobre la base de la desigualdad de género, como apunta la OMS, sino que es culpa de la perspectiva institucional que ejecuta las leyes de una sociedad. Los sistemas de salud y medicina, por ejemplo, a pesar de contar dentro de su estructura con muchísimas mujeres, no considera el “cuerpo” de la mujer como un cuerpo independiente. Lo considera un cuerpo social, un cuerpo de y para todos.
De una perspectiva sistémica, la salud y el cuerpo de la mujer están atados a su potencial reproductivo. Una de las consecuencias directas de la medicalización del cuerpo de la mujer es el embarazo —criticado por académicas feministas—, porque ahí se pierde la autonomía de las mujeres sobre sus cuerpos y la transferencia del control a médicos y expertos.
En todo el mundo, mujeres menores de 15 años se casan o tienen un hijo. El 50 por ciento de las mujeres menores de 18 años está pasando por esto en todo el mundo. Hoy. Un cuarto de la población mundial corre riesgo de parto. Muchas de ellas mueren y si sobreviven quedan esclavizadas por cadenas sociales. Añadan a esto que las infancias en situación vulnerable son el grupo demográfico más grande del mundo con VIH, principalmente porque ni siquiera pueden negociar sexo seguro.
La tecnología ha permitido observar y monitorear el proceso de desarrollo infantil “atrapado” en el cuerpo de una mujer. En este contexto, el cuerpo de la mujer se representa simplemente como una máquina o un contenedor, llevando dentro a otro ser humano.
Las mujeres en mejores estratos sociales también sufren por negligencia del sistema sanitario. La industria cosmética utiliza 125 productos sospechosos y comprobados de causar enfermedades irreversibles y prevenibles. Estos productos imitan actividad hormonal natural, que luego, por su artificialidad, ocasiona defectos de nacimiento, daño reproductivo y cáncer. Productos para el cabello, uñas, protección solar, para bebés, maquillaje, lociones, pasta de dientes, jabón y fragancias destruyen efectivamente sus células y explica directamente el aumento en problemas de ovarios y de tiroides.
La historia es triste pero aun así es el sistema de salud la principal autoridad institucional y moral que dentro de sus límites de trabajo (atender y empatizar con la población) puede inmediatamente cambiar la percepción de la mujer y de su cuerpo en nuestra sociedad.